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BAJO LAS LILAS ES EL PRIMER LIBRO QUE RECUERDO HABER LEÍDO- DE MUY NIÑA- EDITADO SIN ILUSTRACIONES, o muy escasas- portada y aisladas en capítulos- (quiero significar: primer paso hacia una literatura sin apoyo visual, que es lo que requieren generalmente las publicaciones infantiles) Lo cito porque creo que no sólo lo cercano (en tiempo y espacio) es grato a un lector. Niños y adultos gozamos de viajar con el imaginario, escuchar otras voces, pensar otros lugares y realidades.



Lo que aparezca en mi blog, sin referencia externa, puede ser utilizado citando la fuente.

Contacto:isamirna@yahoo.com.ar


Muchas gracias a los que envían comentarios a mi correo!

domingo, 30 de mayo de 2010

De las ciudades de los sueños. Despertar




















En las ciudades de los sueños, hay múltiples caminos; pero no se puede elegir. Tienen que ver con el día, con las imágenes prestadas, con sensaciones robadas a letras ajenas, con el amor, la amistad, el encuentro, la alegría y la tristeza, la paz, el desconcierto, el miedo, la riqueza, la pobreza…

¿Son un mundo paralelo que transcurre?

En sueños recurrentes
Pierdo cosas
Documentos, papeles, portafolios
Objetos que nunca tuve
Algo queda para el aire fácil de la mañana
Desazón?
Entonces comienzo a caminar
A mirar
A reajustar el lenguaje conveniente
También el rostro perdido
Un día más
Para juntar minutos
Como torrecitas de arena
Que brillan cuando hay sol
A veces
Los sueños tienen lloviznas persistentes
Sin embargo
Mientras quito manchitas de los espejos
Y recupero superficies
Encuentro que todavía
Hay guaridas


isabel bertero

Imagen de:Colección | Arte Spain">

jueves, 27 de mayo de 2010

PROPUESTA PARA ENTENDER QUÉ ES LA BANDERA




















El diccionario define símbolo como “imagen, figura o divisa con que materialmente o de palabra se representa un concepto moral o intelectual, por alguna semejanza o correspondencia que el entendimiento percibe entre este concepto y aquella imagen”.
Acorde a la definición y a la didáctica con que tratamos de transmitir el concepto, resulta de complicada comprensión para los niños más pequeños.
En las escuelas observamos que si bien hay una adhesión afectiva de los chicos- sobre todo de los de primer ciclo- a la bandera argentina, se trata de ideas espontáneas que se transmiten socialmente y de generación en generación, y los procesos de identificación pasan por grandes convocatorias (mundial de fútbol, festejos del bicentenario) o por descubrimiento del símbolo en un país extranjero.
En los adultos la cuestión se simplifica pasando por la lógica, por las ausencias, por los recuerdos, por las asociaciones.
Todos los días en las escuelas se procede a izar y arriar la bandera, cuestión que suscita competencias acerca de quiénes fueron los elegidos, como privilegio, como cosa destacada, y de hecho los seleccionados proceden con alegría. A medida que pasan los años, los mayorcitos se muestran reacios y aunque portan con orgullo la insignia de su club preferido ni se les ocurriría pensar que la bandera encierra también cosas queridas para ellos, empiezan a relacionarla más bien con los próceres y la historia que estudiaron, o con las ya mencionadas congregaciones masivas.
El protocolo en los actos patrios les resulta algo agobiante, y mientras abanderados y escoltas se sienten felices por los logros obtenidos y la familia toma fotografías, los docentes se esmeran en conseguir que el resto del alumnado manifieste actitudes respetuosas y de aprobación.
Hay muchos aspectos que podrían trabajarse con relación a la conmemoración de la bandera, sería propicio, por ejemplo, interesar a los mayorcitos en la temática de territorialidad, la apropiación indebida, las leyes que no se cumplen, etc.
Respecto de los más pequeños me parece interesante elaborar la sensibilización relativa al concepto de símbolo, que por su abstracción no podrían comprender desde la exposición explicativa.
Propongo como disparador la reflexión en torno a esta propuesta:


Voy a pintar la bandera
Con los colores debidos
Pero también le pondré
Los nombres de mis amigos
Los abrazos de mis tíos
Los besos de mis abuelos
Dibujaré entre sus pliegues
Cómo trabajan mis padres
El paisaje con que sueño
La casa, el jardín, el patio
Escribiré un pedacito
De poemas que aprendí
Pizquitas de aburrimientos
Una canción que escribí
La laguna en el verano
Las fotos, las vacaciones
El árbol de la vereda
Los portales de mi escuela
Perros y gatos y flores
Pondré libros y colores
Golosinas que me gustan
Lo que cocina mi abuela
La plaza grande
Chicos que juegan
La campana y el reloj
Alumnos en el desfile
Pájaros, autos y avión
El puente, el ómnibus
Un gran camión
Los colores de mi club
Las historietas que leo
Juegos y jugueterías
Vidrieras y heladerías
Sé que si cierro los ojos
Puedo hacer que mi bandera
Tenga el color de la patria
Y todo lo que yo quiero


Los alumnos podrían trabajar por equipos, poniendo en la bandera todo lo que para ellos es su entorno, sus vivencias, sus modos de ser actuar, pensar, comunicar.
Quizás esto les permitiría acercar el concepto de patria y de símbolo, como construcción de todos, cotidiana, inmediata, personal.

isa bertero

lunes, 24 de mayo de 2010

ESE DÍA


Aunque no pueda decir cuántos años tenía, porque ni aún ahora sé si tengo la edad que dice mi libreta, debo haber sido muy chica, pero me acuerdo de unas cuantas cosas sin importancia y de otras trascendentales, definitorias de mi vida.
De las de poca importancia sé que tenía puestas unas zapatillas agujereadas en el dedo gordo y un vestido tipo delantal, con botones que no podía enganchar sola en los ojales y una tira que llevaba colgando.
Éramos una familia humilde, vivíamos del trabajo de mi padre, asalariado en un campo vecino y de lo que producía nuestro propio sembradío, en un terreno no demasiado grande. Todo esto lo supe después porque por ese tiempo-como ya dije- era demasiado chica para interesarme por la economía de la casa. Sé que con mis hermanos jugábamos entre los maizales, que mi madre recogía de la huerta cebollas, calabazas, papas, zanahorias-a veces la ayudábamos en este trabajo-. Sé sin poder precisar fechas o estaciones que había tiempo de siembra y tiempo de cosecha y que los vecinos se ayudaban poniendo todos, las escasas herramientas y animales que tenían, unos al servicio de otros.
Mi casa era como una gran estancia amplia, con piso de ladrillos, dividida en habitaciones de techos altos y paredes gruesas. En la cocina había un fogón y un horno de leña. En el frente y detrás, pasillos cubiertos de enredaderas que en el verano se llenaban de flores rojas y abejas (recuerdo lo de las abejas porque una vez lo picaron a mi hermano, lo que hizo que estuviera unos cuantos días con la cara hinchada y mi madre lo curara con barro).
Creo que mi madre quería mucho a este hermano mío, porque le perdonaba todas las travesuras, y también se las ocultaba a mi padre, que era severo, hablaba un poco raro- supe después que todos los inmigrantes italianos hablaban así, mezcla de castellano y su lengua natal- y cuando llegaba cansado de sus labores, era muy capaz de zampar un cachetón y algo más al primero que lo molestara.
Yo también tenía una hermana, la más chiquita, ella siempre conseguía de mi madre lo que quería, porque era cariñosa, besucona, y según recuerdo todos decían que muy bonita.
En cambio yo era como hosca, más bien feúcha, siempre fui un poco chueca y reacia a los abrazos. Nunca supe ni cantar, ni decir esas tonterías que los chicos dicen y hacen reír a la gente grande. Además como era la mayor, siempre se me pedía que ayudara en la casa: barrer, pelar papas, acarrear agua y esas cosas…
Este día que recuerdo en particular, nos habíamos levantado hacía poco y estábamos en la cocina, tomando leche con mate cocido y comiendo unas rodajas grandotas de pan que mi madre había cortado y enriquecido con manteca y azúcar.
Mi padre se había ido a trabajar al campo y por las ventanas entraba la luz y un airecito fresco.
Me acuerdo de la luz, por la forma en que después se apagó y del aire fresco porque cuando salimos corriendo, pensé que sentía frío, que quería meterme en la cama y taparme con una manta.
Es que de pronto, esa mañana, el cielo se volvió oscuro, como si una tormenta se hubiera desatado, y se empezó a escuchar una especie de zumbido como música mala. Quedamos en noche oscura.
A partir de ahí, evoco algunas cosas, vagamente. Sé que muchos corrían y que gritaban:- ¡Es la langosta, la langosta! Sé que mi padre regresó a casa y que nosotros y todos los vecinos agarramos ollas, cacerolas, cualquier cosa que pudiera hacer ruido y golpeábamos, golpeábamos…Papá luchaba para encender unas parvas de pastos, que al rato empezaron a desprender olor a humo que no olvido, un olor picante, que me ahogaba y me hacía toser.
Yo no sabía por qué ni para qué pero escuchaba los gritos:-¡Golpeen, golpeen! Mi hermanita lloraba y a mi padre se le había volado el sombrero…Desde las cercanías también se escuchaban retumbes y sonidos como de pitos y matracas, que trataban de imponerse al rumor creciente de la negra nube invasora.
No puedo precisar cuánto tiempo pasó, debe haber sido mucho rato, pero llegó un momento en que todo empezó a despejarse. No hubo gritos de júbilo cuando paró el ruido. Todas las miradas se posaron en el pobre campito. Devastado, asolado. Hasta los árboles parecían esqueletos que alguien hubiera puesto en la noche, como en los paisajes sin sentido de los sueños.
Más tarde vino lo demás, todo lo demás, eso que fue lo importante, lo definitivo.
Me parece ver a mi padre, que se iba por el camino, con los hombros caídos, sin el sombrero; de vez en cuando, se paraba y miraba al cielo, miraba hacia un lado y hacia otro, hasta que empezó a correr. Mi madre lo llamaba a los gritos, habían aparecido los perros y corrían detrás y ladraban, ladraban.
Pero mi padre no volvió, ni ese día, ni al otro, ni al otro…
Así vino la pobreza y el hambre, vino llorar y pedir y no entender…
Mi madre se quedó con mis hermanos, nunca supe por qué. A mí me mandó a trabajar con las señoritas, que eran maestras y me enseñaron un poco, pero a la escuela no me mandaron, porque no había tiempo para hacer tareas domésticas, lavar, planchar y después estudiar… Como no tenía documentos las señoritas me tramitaron uno, los registros de mi nacimiento no estaban muy claros, creo que ellas descubrieron que mi padre, me había declarado bastante después de nacer y que la fecha podía ser tentativa, al día lo pusieron en función del santoral al que debo mi nombre, al año, sacando cuentas.
Aprendí mucho copiando letras de libros que andaban por ahí, escuchando, pensando…Cuando pude me fui a trabajar por un sueldo y me eduqué más de la vida, de la gente, de andar, me esforcé en leer los diarios, aunque fueran viejos, ejercité los números y los problemas no de los libros, de la realidad…
Hice mi vida de otro modo, para querer me volví feroz y protectora, traté de olvidar casi todo; volví a ver a mi padre, una vez que regresó viejo y enfermo. Mi marido y yo lo ayudamos, le dimos un techo para vivir y comida, pero él se volvió a ir aduciendo razones vagas que no vienen al caso.
Hoy repaso estas cosas, porque es aniversario de la muerte de mi madre. Cuando estaba muy grave en su cama del hospital, mis hermanos me llamaron...
Quería hacerle algunas preguntas, aunque después pensé que ya no tenían importancia, así que no le pregunté nada; sólo tomé su mano, viejecita y mustia.
Rememorando estos hechos, pienso también que mi nieta me preguntó, hace unos días, por qué en sueños, a veces digo Ay, mamita querida
No sé, pero estimo que cuando la gente dice “come como las langostas en la Biblia”, debería saber que estos bichos pueden llegar a comerse el amor.

isabel bertero











Imagen de Hemeroteca Digital-Diarios históricos en internet-Provincia de Santa fe- República Argentina :
http://www.hemerotecadigital.com.ar/diario/7242/?page=1&zl=2&xp=-252&yp=-150

sábado, 15 de mayo de 2010

SECRETO


Chela vivía con los tíos, desde la muerte de los padres. De ellos sólo tenía recuerdos imprecisos. De la madre el olor a polvo de la cajita rosada con un cisne satinado, un beso envuelto en delantal; del padre una risa, el diario, las piernas largas sosteniéndola a caballito…y poco más.
Los tíos eran Antonio y Laura. Ésta conservaba la cómoda de mamá, una antigua, heredada de la abuela, con mármol rosado y espejo de óvalo. Los cajones guardaban incógnitas.
- No abras los cajones- aunque una tarde de lluvia, dedicada a ordenar roperos y armarios, Chela pudo ver entre rasos y naftalinas algo así como libros o revistas, tal vez alguna foto, a pesar de que Laura, se dio vuelta y se apuró a cerrar.
-Son papeles viejos, no toques porque son de Antonio y a él no le gusta que se los revuelvan- explicó sin ganas.
La casa siempre tuvo esa cosa un poco furtiva de voces que inacaban, de murmullos, de visitas que contaban cosas con palabras difíciles de comprender. Chela solía adormecerse con la cabeza apoyada en la falda de la tía, cuando llegaban visitas y las conversaciones se extendían, envueltas en un color pesado, cadencioso.
Fue una de las visitas, una señora de pelo rubio, de muñeca, y labios pintados de rojo la que convenció a la tía de que Chela, que por ese entonces terminaba la primaria, tenía que ir a una escuela de las buenas: -En este pueblo, no hay posibilidades educativas-decía. Sugería una escuela de monjas, donde podía estar interna de Lunes a Viernes y volver en los fines de semana.
Los tíos meditaron bastante la cuestión, Chela se daba cuenta porque hablaban bajito y se callaban de golpe si ella entraba, como un día que escuchó decir a Laura: -¿Pero justamente ahí? ¿Te parece?...
Otra chica del pueblo le había referido su experiencia: después de las clases obligatorias las pupilas tenían los patios para correr y divertirse , sólo debían pararse a rezar con el ángelus, ir a la capilla antes de volver a casa, y asegurarle el Lunes a las hermanitas que el Domingo habían ido a misa y habían confesado y comulgado. Le había hablado de las largas habitaciones con camas cercanas donde por la noche se contaban historias felices y se reían.
Pero a Chela no le gustaba para nada la idea, de sólo pensarlo se le llenaban de lágrimas los ojos, para olvidarse se ponía a leer en el patio de atrás, y no quería ni imaginar que las vacaciones podían terminar y los tíos decidir que ella se fuera a vivir a ese nefasto lugar, que llamaban colegio, pero que le sonaba encierro, alejamiento, tristeza.
Después de muchas protestas, llantos y explicaciones, no hubo discusión posible y la mandaron al colegio, como interna. Con el paso del tiempo se fue acostumbrando a la vida lejos de la casa, hizo compañeras; la mayor parte de las niñas procedían de otros pueblos o pequeñas ciudades. Compartían casi todo: el baño apurado, la comida austera, la cuenta en la cantina, donde compensaban con chocolates y caramelos, la falta de abrazos familiares, de visitas, de perros o gatos, de consuelos…
Cuando se apagaban las luces- ya en las camas- comenzaban las risas apagadas, los relatos, las anécdotas del día y del pasado.
Una de las chicas mayorcitas, “La Betty”, relató una noche que una pupila egresada había dicho que antes venía un cura a oficiar misa en la capillita, que las alumnas y las hermanas lo querían muchísimo, porque sus “sermones” no eran aburridos, todas lo entendían y traía historias de barrios pobres en los que trabajaba. Además las invitaba a ir a los hospitales a visitar a los viejitos que no tenían familia, organizaba colectas de ropas y alimentos para gente desprotegida; pero después no vino más, y tampoco fue reemplazado - por eso no había misa en la escuela, y tenían que ir a la parroquia grande-. El cura ausente era uno de los llamados del “tercer mundo”, que en su momento algo tuvo que ver con los que luchaban en contra de la dictadura.
A partir de este relato se dispararon las historias cortitas y la otra historia, todas habían escuchado hablar de “la dictadura”, pero nadie había recibido ni en la casa ni en la escuela mucha información
Con prevención, porque no era habitual que interrumpieran el desarrollo de los contenidos prefijados preguntaron a la señora de Oviedo, de historia. Estaban dando antigua y medieval y la profesora no pareció muy feliz con los interrogantes. Igual les dio algunas explicaciones de las que Chela retuvo algunas cositas como tiempos revueltos, militares, guerrilla; la exposición fue insegura, casi hecha con desconfianza, no como cuando se refería a los egipcios y caldeos…Nadie se animó a preguntar por la historia del cura.
Esa noche, en la gran habitación donde dormían todas juntas, reunidas alrededor de la cama de Betty, trataron de obtener más datos…La protagonista, dándose importancia, agregó que el comentario era que el cura, había estado preso un tiempo, que después había dejado el sacerdocio y que se había casado…
Cuando volvió a la casa en el fin de semana, ya casi había olvidado la charla y los interrogantes, pero algo en la conversación, le hizo recordar. Entonces les contó a los tíos, porque ellos siempre querían saber qué había pasado en la semana de ausencia. Les habló del padre de la capillita de la escuela, cómo habían preguntado a la profesora por esos tiempos pasados y lo poco que ésta les había aclarado
Los tíos se miraron. No hicieron comentarios.
A Chela la buscaron las amigas, para ir al Cine, Laura la despidió en la puerta: -Vuelvan en cuanto termine, no se queden dando vueltas…
Esa noche, terminada la cena, cuando Chela estaba por irse a dormir, Antonio la detuvo.
Fue como algo acordado, porque la tía, se levantó, fue al cajón de la cómoda, revolvió y trajo un recorte de diario con una foto desvaída. La puso en las manos de Chela. Ella vio un grupo de curas jóvenes. Y un título: Sacerdotes por el tercer Mundo. Lucha a favor de los obreros.
-¿Es por lo que les conté?- dijo Chela.
Laura vaciló apenas, y después señaló una cara:- Éste es tu papá, de jovencito, es el cura de la historia…
Y empezaron a relatarle, cómo su padre, después de la cárcel, dejó el ministerio, se fue a vivir a un barrio obrero, trabajó de colectivero y conoció a su mamá…Del matrimonio nació Chela, única hija porque sus padres murieron. Ellos "jamás habían dejado sus luchas sociales, estaban esperanzados, con fe en la justicia y el futuro…"
A Chela la voz que explicaba le parecía desconocida, armada de sonidos indescifrables.
Quería preguntar, decir, pero no encontraba palabras.
La distrajo una canción de niños que se filtraba por las persianas entreabiertas, una música infantil en la casa de los vecinos
A ver, a ver, a ver.
Me caigo, me caigo,
me voy a caer
si no me levantan me levantaré.
A ver, a ver, a ver.
Diez y diez son cuatro,
mil y mil son seis,
mírenme señores comiendo pastel.
A ver, a ver, a ver.
Por la calle vienen
la reina y el rey
un oso de miga y otro de papel.
A ver, a ver, a ver.
Este gran secreto
sólo yo lo sé:
cuando llueve, llueve;
cuando hay luz se ve.
A ver, a ver, a ver.
Contemos un cuento,
uno, dos, y tres
que acabe al principio y empiece después.
A ver, a ver, a ver.


Más acá volvió a escuchar la voz de Antonio: -Tuvimos miedo Chela, no te lo dijimos porque teníamos miedo.

Dejó de escucharse el coro infantil, Chela extendió la mano hacia la mesita, donde había quedado el pedacito de diario.

isabel bertero

El texto que se reproduce pertenece a "Canción de títeres" de María Elena Walsh.

domingo, 9 de mayo de 2010

CONTINUIDADES. SOCIEDAD COLONIAL Y PRESENTE

imágenes de: http://gobierno.santafe.gov.ar/archivo_general/florian_paucke/





























Cuando nos referimos a las clases sociales en la época colonial,mostramos a los alumnos la situación desfavorecida de los pueblos originarios,no obstante creo que no logramos comunicar la verdadera naturaleza de la destrucción, de la usurpación, del avasallamiento de tierras, modos de vida, creencias, vínculos con el ambiente, formas de expresión artística, maneras de concebir las relaciones humanas...Y tantas cosas que hacen al nacimiento de los pueblos, a su natural evolución, a sus logros, progresos y fracasos...
En las aulas es fácil advertir, en los enunciados cotidianos, que las raíces de la discriminación son profundas, la palabra "indio" se sigue usando en ámbitos domésticos y aun escolares para referirse a quien se "porta mal", "desobedece"; muchos declaran con orgullo tener abuelos, bisabuelos, tatarabuelos inmigrantes europeos, pero es raro que alguien encuentre en sus rasgos, en el color de su piel, alguna referencia a una posible mezcla con representantes de pueblos originarios.
Las imágenes publicitarias privilegian la figura humana de piel clara, o de rasgos decididamente opuestos a los que caracterizaron a los pueblos que habitaban nuestro país antes de la conquista y colonización.
Como docente he percibido en las aulas que nadie quiere ser "morochito" "moreno" "negrito", socialmente también estamos acostumbrados a escuchar que se asocia al de piel más oscura con una sospecha de delincuencia o de menor capacidad intelectual; ni que hablar de las expresiones como "tengo el alma blanca","blancos pensamientos"
Muchas veces los docentes asociamos a los pueblos originarios sólo con leyendas, y en las mentes infantiles quedan como cuentitos o ficciones que no explican las implicancias profundas en el plano de las ideas, tampoco trabajamos suficientemente la simultaneidad para descubrir procesos de riqueza que se desarrollaban en América, cuando pueblos de Europa padecían de algunos males que no viene a caso enunciar, cuando tampoco se trata de "perseguir brujas", sino de cultivar conciencia del pasado y de advertir condiciones actuales.
Dice Alcira Argumedo en "El alcance del concepto de lo humano"
Por eso uno de los grandes desafíos es mirar críticamente esta cultura, abrirnos a los aportes de otras culturas y revertir nuestros propios prejuicios en Argentina, donde asimismo existen problemas de racismo entre las clases medias de origen europeo frente a las clases populares de origen mestizo, indígena, mulato. Una naturalización que lleva a considerarlos inferiores y existe en las universidades, en las escuelas, en la ciencia y en el sentido común; donde muchas veces se actúa como el Banco Mundial, al suponer que los sectores carenciados carecen de alimentos, de dinero, de agua corriente, pero también de inteligencia, de dignidad, de conocimientos, de potencialidades. Es un llamado de atención, porque en cada uno de nosotros se ha formado esa mirada occidental que puede llevarnos a cometer serios errores, casi de manera natural; y forma parte de un debate en profundidad que seguramente va a enriquecernos a todos.
Me parece propicio, que al "estudiar" las clases sociales en la época de la colonia, trabajemos seriamente las continuidades, exploremos el hoy, miremos la situación actual de los pocos que sobrevivieron al genocidio cultural,al despojo, nos preguntemos por qué, leyes escritas no llegan nunca a plasmarse en la realidad.
La experiencia es que nos parece que nuestras acciones educativas son microcópicas, frente a tanto poder consolidado, pero los docentes deberíamos estar comprometidos y acostumbrados a marchar tras la utopía, y como mínimo tenemos la obligación de no reproducir historia de los que ganan, de no repetir estereotipos, de "abrir" cabecitas de niños y adolescentes a nuevas posibilidades de comprensión, a nuevos modos de construcción social.
Sería bueno, que en oportunidad del bicentenario, no nos quedáramos con el cuadro descriptivo de las clases sociales, como si los pueblos originarios fueran objetos como el abanico y el peinetón.
Transcribo una historia quizá demasiado breve, que puede orientar en la búsqueda de información:

http://coleccion.educ.ar/coleccion/CD9/contenidos/recursos/pueblos-originarios/breve-historia/index.html

Breve historia de los pueblos aborígenes en la Argentina
Recursos para el aula| Pueblos originarios de la Argentina

La historia de los pueblos originarios ha sido callada durante mucho tiempo. Y quienes escribieron sobre ella a menudo fue gente que la tergiversó para justificar el ataque o la discriminación. Así, se pintó a los aborígenes como salvajes, sanguinarios, malvados o tontos; de esta manera la gente podía creer que estaba bien sacarles la tierra, esclavizarlos o matarlos. O que era correcto y natural obligarlos a vivir de una forma contraria a sus costumbres y deseos.

Esta historia son muchas historias. A partir de ellas podrá entenderse no sólo qué pasó con cada pueblo originario, sino en general con la Argentina y su gente.

Pueden ser difíciles de reconstruir, porque a veces la memoria se perdió o fue escondida, o no se han encontrado todavía registros y datos suficientes. Pero otras veces, los relatos transmitidos de padres a hijos o la investigación nos ayudan a conocerlas.

Cada una de ellas merece un espacio mucho mayor que estas páginas. Por eso, aspiramos a que cada pueblo originario, con el conocimiento que haya reunido, pueda contar en el futuro su propia historia. Aquí sólo trataremos de mostrar, muy brevemente, el marco general y algunos aspectos importantes.

Los aborígenes como imagen de peligro
Muchas personas sólo conocen una imagen deformada de los aborígenes. En gran medida, esta se transmite a través de los libros de historia o los medios de comunicación. Así sucede con las películas donde aparecen los indios como una amenaza, un peligro a ser controlado, no como gente respetable, con su forma de vivir y pensar, sus derechos y sentimientos.

La conquista española Territorios indígenas a mediados del siglo XVI
Los españoles llegaron al actual territorio argentino por distintos lugares: deseaban conquistar la tierra, extraer riquezas, y para ello debían dominar y hacer trabajar a sus habitantes.

Por eso es que hubo mucha resistencia a los conquistadores: ellos no pretendían convivir en paz e igualdad con los pueblos que aquí vivían desde hacía casi diez mil años.

Algunos que vivían en los lugares donde se fundaron las nuevas ciudades o asentamientos, resultaron conquistados y frecuentemente exterminados. Otros debieron retirarse a zonas más alejadas o de difícil acceso, y mantuvieron una guerra de resistencia a la conquista que incluso continuó después de la caída del dominio español en América. Por último, otros pueblos más alejados no tuvieron casi contacto con los españoles (este es el caso de los ona y yagán, en Tierra del Fuego).

El resultado de la conquista fue una gran mortandad entre los aborígenes. Las causas principales fueron las guerras, el agotamiento y desnutrición en el trabajo forzado, y las enfermedades contagiadas por los españoles.

La encomienda
Los reyes de España otorgaban a cada colonizador que se destacaba en la conquista una porción de territorio americano, junto con los aborígenes que allí vivían. Debían trabajar en su provecho, a menudo prácticamente como esclavos, aunque supuestamente la encomienda implicaba que el encomendero debía “protegerlos”, además de convertirlos a la religión católica. Esta organización se dio en algunos sectores de la Argentina, como en el Noroeste y parte de Cuyo.

El territorio español en la época colonial
Hasta fines del período colonial, la mayor parte del territorio argentino actual era ajeno al dominio español.

Es necesario aclarar un engaño que los mapas producen. Estos suelen mostrar que los españoles poseían un territorio grande. Pero lo que no nos permite saber el diseño de esos mapas es que en una parte muy importante de este territorio los españoles no poseían un dominio real. Durante muchos años ellos sólo tuvieron enclaves, áreas pequeñas o ciudades fortificadas, y en el resto del territorio que los rodeaba disputaban el control con grupos aborígenes.

Las misiones
Pero los españoles no solamente les hicieron la guerra a los aborígenes. Entre ellos había muchas discusiones y diferentes opiniones sobre cómo tratarlos. Así, surgieron también organizaciones que, si bien tenían como objetivo colonizarlos y a menudo colaboraron con este fin, también propiciaron experiencias de integración pacífica.

Las misiones eran establecimientos de órdenes religiosas de la Iglesia Católica, cuyo objetivo fundamental era evangelizar a los pueblos originarios, es decir convertirlos al cristianismo. Además, en ellas se procuraba agrupar a los aborígenes en un sitio fijo, educarlos en los conocimientos de los europeos, y acostumbrarlos a la disciplina y técnicas del trabajo occidental.

Esta acción educativa y disciplinaria de las misiones tuvo un doble papel: por un lado, la colaboración en algunos aspectos con los objetivos de la conquista; por el otro, la parcial protección a los pueblos originarios respecto de la violencia militar típica de los conquistadores. Las misiones, entonces, mitigaron la voracidad de quienes sólo querían esclavizarlos, sin que les importaran sus vidas. Sin embargo, también ellas se beneficiaban del trabajo aborigen, y en muchos casos contribuyeron a sujetar por la vía pacífica a aquellos grupos no sometidos por la fuerza militar.

Como una consecuencia menos inmediata de su paso por las misiones, la experiencia de los aborígenes en las mismas produjo importantes transformaciones culturales entre algunos grupos. Muchas lenguas americanas fueron volcadas a la palabra escrita, y se compusieron varios diccionarios y catecismos en idiomas originarios, cuya finalidad era facilitar la evangelización.

El período independentista
A principios del siglo XIX, hacia la época de la independencia, la mayor parte del actual territorio argentino estaba en manos de grupos aborígenes. En lo que hoy es Chaco, Formosa, Misiones, la mayor parte de la provincia de Buenos Aires y Mendoza, La Pampa, San Luis y toda el área de la Patagonia, vivían sociedades aborígenes que se habían configurado paralelamente al proceso de colonización.

Al igual que cualquier pueblo, estos grupos no se habían mantenido idénticos. Por el contrario, algunos habían tenido cambios muy importantes en su organización social, cultura y economía. Había seminómadas y sedentarios, pastores y agricultores, recolectores y cazadores. Muchos de ellos, además, practicaban la ganadería a gran escala, comerciaban entre sí y con los criollos y participaban en las guerras internas y externas que se libraban en el país.

Sin embargo, en general trataban de preservar su autonomía frente a los criollos y sus gobiernos. Habiendo sido perseguidos durante siglos, debían cuidarse de los blancos. Algunos, como los mapuche, rankulche y tehuelche poseían mucha habilidad para el manejo del caballo, que era una de las principales armas en la guerra (al igual que para los blancos). Esto, sumado a su conocimiento del terreno y el manejo del espacio, les daba una gran capacidad de movimiento y los hacía más difíciles de atacar. Así, el poder de algunos pueblos indígenas les permitía controlar su territorio, sin que los criollos se atrevieran a dominarlos.

La integración de los aborígenes a la Nación Argentina
Desde la etapa de la independencia se habían escuchado voces que, con distinto énfasis, abogaban por el reconocimiento de los pueblos indígenas.

Pero aunque la Asamblea del año 1813 había abolido el tributo, la encomienda y otras cargas que pesaban sobre los aborígenes, entre quienes gobernaban no había una única opinión respecto del papel que a estos les cabía en el proyecto nacional. A lo largo del siglo, muchos consideraron que no debían ser incorporados como ciudadanos, sino que eran sólo un enemigo, un estorbo al que había que expulsar o matar. Otros -los menos- creyeron que era mejor y posible que los pueblos aborígenes tuvieran su lugar en la sociedad argentina y se integraran en pie de igualdad con los criollos. Entre las personas que propugnaban diferentes formas de integración de los aborígenes en el Estado argentino se encontraban, por ejemplo, Castelli, Belgrano, San Martín, Artigas y el coronel Pedro Andrés García. Aunque su visión del papel que los indígenas debían cumplir en el proyecto independentista estaba preñada de contradicciones, muchas propuestas eran novedosas: incluían desde la eliminación de las cargas coloniales y la realización de tratados duraderos, hasta la alianza político-militar y la instauración de una monarquía que restituyera la dinastía incaica como gobierno legítimo de las Provincias Unidas del Sur y el Alto Perú.

Por su parte, los pueblos aborígenes que estaban más en contacto con los criollos no mostraban voluntad de hacer la guerra sino cuando percibían que el gobierno no tenía intención de respetar los tratados o continuaba planes de exterminio u ocupación de su territorio. También era muy común que los gobiernos firmaran acuerdos de paz con algunos grupos cuando no tenían suficiente poder militar, y los rompieran apenas recuperaban su capacidad de ataque. En esta época, entonces, entre aborígenes y criollos había una mezcla de guerra permanente y paz precaria.

La actitud del hombre fuerte de Buenos Aires en el período de las guerras civiles e interprovinciales hacia el segundo cuarto de siglo, Juan Manuel de Rosas, es un ejemplo de esta conducta ambivalente.

Por un lado, sobre la base de su relación personal con algunos líderes y el prestigio que entre los aborígenes despertaba su figura, tejió pactos de amistad con varios grupos pampeanos. Sin embargo, fue también responsable de algunos de los episodios más trágicos que los tuvieron como víctimas. Entre estos cabe destacar la realización de la primera Campaña al Desierto, en 1833.

En esta vasta expedición militar, destinada a correr hacia el sur a los pueblos de las áreas pampeana, cuyana y patagónica, murieron miles de aborígenes. Realizada después de varios años de hostigamiento, es el primer paso firme en la estrategia oficial que desde entonces parece haber primado con respecto a los aborígenes: la guerra ofensiva, el exterminio. Años más tarde, el general Julio Argentino Roca evocará este antecedente para justificar su proyecto de conquista, que se consumaría con la llamada Conquista del Desierto:

“A mi juicio, el mejor sistema para concluir con los indios, ya sea extinguiéndolos o arrojándolos al otro lado del Río Negro, es el de la guerra ofensiva que fue seguida por Rosas, que casi concluyó con ellos...”
La consolidación del Estado argentino
Durante el siglo XIX se habían fortalecido numerosos grupos aborígenes, y había en la Argentina dos áreas muy grandes, que constituían territorio indígena libre. Una de ellas abarcaba desde la mitad de la provincia de Buenos Aires hasta Tierra del Fuego, y en algunas partes llegaba desde el Atlántico hasta el Pacífico (en lo que hoy es Chile), incluyendo la Cordillera de los Andes. La otra incluía las actuales provincias del Chaco, Formosa y parte de Salta
En la segunda mitad del siglo XIX el gobierno argentino, impulsado por los grandes propietarios de tierras, comenzó a hostigar cada vez con mayor fuerza a los pueblos que allí vivían. El objetivo principal era ocupar sus tierras para usarlas en la ganadería. Finalmente triunfaron las ideas de aquellos que pensaban que era mejor expulsar o exterminar a los aborígenes. Lo que no habían realizado los españoles, lo hace el Estado nacional argentino: conquistar los territorios indígenas libres.
El malón
Es muy común hallar en los libros de historia y en la literatura argentina descripciones de los malones como matanzas crueles y sin sentido, llevadas a cabo por los aborígenes contra criollos indefensos. Pero el malón no era diferente, en cuanto a la violencia utilizada, de las “entradas” o “malocas”, los ataques de exterminio y robo que desde la época colonial llevaban a cabo criollos o españoles contra asentamientos aborígenes.

Veamos por qué los aborígenes consideraban que era legítimo sacar ganado del territorio que ocupaban los blancos. En la segunda mitad del siglo XIX, el coronel Lucio V. Mansilla relata el siguiente diálogo con un importante jefe aborigen, Mariano Rosas, en su libro Una excursión a los indios ranqueles:

“Me preguntó que con qué derecho habíamos ocupado el Río Quinto; dijo que esas tierras habían sido siempre de los indios (...); agregó que no contentos con eso todavía los cristianos querían acopiar (fue la palabra de que se valió) más tierra. (...)

‘Yo les pregunto a ustedes, ¿con qué derecho nos invaden para acopiar ganados?’

‘No es lo mismo –me interrumpieron varios–, nosotros no sabemos trabajar; nadie nos ha enseñado a hacerlo como a los cristianos, somos pobres, tenemos que ir a malón para vivir.’

‘Pero ustedes roban lo ajeno –les dije–, porque las vacas los caballos, las yeguas, las ovejas que se traen no son de ustedes.’

‘Y ustedes los cristianos –me contestaron– nos roban la tierra.’”

La “Conquista del Desierto” o el “Gran Malón Blanco”En el área de la llanura pampeana y la Patagonia habitaban grupos que tenían numerosos contactos con los criollos, pero mantenían su libertad: eran los rankulche, pehuenche, tehuelche y mapuche. Los mapuche, incluso, habitaban hasta la costa del Pacífico en lo que hoy es territorio chileno.
Aunque mantenían rivalidades entre sí, estos pueblos habían llegado a organizarse en confederaciones, con jefes y ejércitos, y su comercio con los blancos era muy importante. Tenían gran poder y riqueza, y entre ellos vivían numerosos criollos que habían preferido integrarse con ellos y no con los “cristianos”. Algunas costumbres en parte se habían asimilado a las de estos últimos, y ciertos aborígenes solían usar las mismas ropas y herramientas y consumían las mismas mercaderías que los criollos. Había varios que hablaban perfectamente el castellano o dormían en camas. Los líderes más importantes, como Calfucurá, de la Confederación de Salinas Grandes, o Sayhueque, jefe de los mapuche del “País de las Manzanas”, en el actual Neuquén, tenían secretarios, escribientes y sellos con su firma, o a veces instalaciones ganaderas similares a las de las estancias de los blancos. También recibían diarios y mantenían correspondencia con el Presidente.
Muchas personalidades políticas e intelectuales de la época aún consideraban posible la integración de estos grupos por la vía pacífica y la negociación de diferencias políticas; los mismos aborígenes a menudo planteaban su deseo de acordar formas de convivencia, incluso al precio de resignar parte de sus tierras y autonomía.
Un hecho central que amparaba y obligaba a la realización de estos esfuerzos es que la propia Constitución Argentina de 1853, al reconocer como legítimos los pactos preexistentes, reconoció también los tratados anteriores realizados con los pueblos indígenas.
Pero las extensas tierras de los pueblos indígenas, algunas de las mejores del país, eran acechadas por los estancieros de Buenos Aires, que tenían gran poder político y control ideológico sobre el aparato militar.
Luego de lograr la sanción de leyes favorables en el Congreso, en 1879 el general J. A. Roca realiza la mayor campaña militar, trasponiendo las fronteras con los aborígenes para conquistar los territorios del centro y sur del país. Esta se efectúa después de varios años de un sostenido hostigamiento, y se continuará con dos campañas más entre 1881 y 1884.
El ejército nacional contaba con muchos soldados y el armamento más moderno de la época y fue financiado por los estancieros de Buenos Aires, quienes adelantaron dinero a cambio de la propiedad futura de la mayor parte de las tierras que serían conquistadas.
Aunque hacía unos años que los indígenas venían siendo hostigados y atacados, la Campaña del Desierto fue encarada prácticamente como una guerra de exterminio. Los pueblos atacados se defendieron con desesperación, pero el ejército mató a mucha gente, generalmente indefensa, y tomó una gran cantidad de prisioneros. A estos se los encarceló, se los “entregó” como sirvientes y trabajadores forzados, o se los expulsó a terrenos estériles. Muchos lograron escapar y se mezclaron con poblaciones criollas, o viajaron errantes hasta que cesaron las persecuciones. Esto es lo que los militares y terratenientes argentinos llamaron “Conquista del Desierto” y los pueblos aborígenes “Gran Malón Blanco”.
Los territorios que habían ocupado se transformaron en tierras fiscales (del Estado) o fueron entregados a estancieros, jefes militares y soldados. Con el correr de los años, las propiedades chicas son vendidas a muy bajo precio a especuladores, hasta que unos pocos propietarios acumulan las tierras que habían pertenecido a algunos de los más importantes pueblos aborígenes de la Argentina. Este es el origen de las grandes estancias de la Patagonia y de muchas de las de la llanura pampeana. Gran parte de estos territorios han quedado abandonados hasta el día de hoy.
El proceso civilizatorioEn el último cuarto del siglo XVIII, el concepto hegemónico de Estado-nación se articulaba sobre ciertas premisas que terminaron por definir como una política de Estado en la Argentina el ataque a los indígenas.
Estas premisas, incluidas en lo que se entendía como el valor más alto que guiaba la acción del Estado –la civilización– indicaban por ejemplo que:
No podía haber territorios fuera del dominio del Estado, ya que el Estado nacional era la forma más alta de organización social. El Estado necesitaba incorporar dichos territorios para desarrollar el propio, y para evitar que estas sociedades consideradas “inferiores” amenazaran con provocar su disolución.
También era necesario, desde esta óptica, incorporar esas tierras para alcanzar el progreso. El progreso significaba fundamentalmente consolidar una economía de tipo capitalista integrada con el mercado mundial, y establecer un orden social que favoreciera el incremento indefinido de la producción y consumo de mercaderías. También suponía generalizar los valores culturales de las elites ilustradas europeas, vinculadas a los mismos sectores que desde las potencias de Europa del norte controlaban la economía occidental, incluida la americana. El progreso debía también eliminar formas de vida social consideradas “primitivas”, es decir todas aquellas que se organizaran sobre bases económicas y culturales distintas de las europeas.
La fuerte influencia de estas ideas dio como resultado que se instalara en nuestro país entre los grupos de poder el imperativo de homogeneizar las diferencias culturales en el seno de la población argentina, sobre la base del modelo de ciudadano “civilizado”: blanco, europeo, cristiano, hábil para la agricultura intensiva y el trabajo industrial.
Un “desierto” muy codiciado
Los criollos y militares argentinos llamaban “desierto” al territorio indígena de la llanura pampeana y la Patagonia. Sin embargo, esta área estaba poblada, y tenía tierras fértiles, cuyas pasturas eran capaces de alimentar gran cantidad de ganado.
Esta contradicción es evidente en el nombre “Conquista del Desierto” dado a las campañas militares: a un verdadero desierto no es necesario conquistarlo, ya que no hay nadie que viva en él.
Por eso, usar la palabra desierto encerraba una gran falsedad, pero no una mentira inocente. Era más bien un modo de justificar la conquista desde el punto de vista humanitario, con el simple trámite de negar la existencia de sus pobladores. Quedó así la argumentación paradójica de la necesidad de conquistar un territorio vacío.
Fronteras, civilización y barbarie
Entre 1853 y 1880 se dictan trece leyes vinculadas a los pueblos indígenas y las fronteras. Estas plasman un modelo de país que tiene como principal proyecto el avance territorial. La expansión sobre el área indígena comienza a argumentarse como legítima marcando a los pueblos aborígenes como sociedades inferiores que retardan y amenazan el camino de progreso imaginado para la nación. Por eso, en el discurso de la época, la frontera es imaginada como la línea o franja que divide la civilización de la barbarie, y se argumenta que es una misión de Estado desplazarla hasta que el territorio nacional sólo limite con el de otros Estados nacionales “civilizados”. Así, el presidente Roca, luego de concretada la expedición al Chaco en 1885, afirma: “Quedan levantadas desde hoy las barreras absurdas que la barbarie nos oponía al norte como al Sud en nuestro propio territorio, y cuando se hable de fronteras en adelante se entenderá que nos referimos a las líneas que nos dividen de las Naciones vecinas, y no las que han sido entre nosotros sinónimos de sangre, de duelo, de inseguridad y de descrédito” (citado en Tratamiento de la cuestión indígena, Dirección de Información Parlamentaria, 1991).
La Campaña al Chaco
Paralelamente a estos hechos, se había desatado un plan militar muy parecido contra los grupos indígenas del área denominada Gran Chaco (actuales provincias del Chaco y Formosa). Desde 1870, luego de la guerra contra el Paraguay, comienzan a realizarse expediciones militares hacia la región chaqueña para debilitar a los pueblos originarios que resistían allí desde hacía siglos. Algunos, como los toba y wichí, habían comenzado a trabajar en obrajes madereros de los blancos, siguiendo un plan de “pacificación” (eufemismo por colonización) que no dio resultado. Los aborígenes veían que el objetivo era su sometimiento, y resistían a los destacamentos militares.
Así el gobierno comenzó a enviar, uno tras otro, ejércitos para desgastar a los grupos más fuertes.
Las expediciones son evitadas o rechazadas a veces, por la lucha de los pueblos o por las dificultades de la propia naturaleza. El monte espeso, las inundaciones, los bichos y alimañas venenosas provocan que los invasores se pierdan, se agoten, y a veces se retiren. La existencia de estos obstáculos no implica, sin embargo, que las tierras aborígenes fueran estériles. Por el contrario, gran parte de ellas ofrecían muy buenas posibilidades para la agricultura y la ganadería, y había en ellas importantes riquezas, como la madera. Los aborígenes, mientras tanto, vivían de la pesca en ríos y esteros, de la caza, y de la recolección de vegetales o productos naturales como la miel. El resultado final de las siete incursiones del ejército fue una grave mortandad entre los aborígenes.

En 1884 el ministro de Guerra, general Victorica, organiza la campaña más grande, que incluye buques de guerra que se cuelan por los ríos de la región chaqueña. Aunque no se logra consumar la conquista, a partir de allí se abre paso a un dominio militar del gobierno nacional que lentamente va sometiendo a los aborígenes que aún luchan. Finalmente, en 1899 se realiza otra ofensiva que termina de desbaratar la resistencia, quedando sólo algunos reductos que serán eliminados recién a principios del siglo xx.

La Puna a fines del siglo XIX: resistencia, derrota y despojo
“Durante el siglo XIX –afirma Martínez Sarasola– el Noroeste también es testigo de la lucha por la tierra. Los flamantes estados provinciales y sus oligarquías nacientes procuran obtener las otrora posesiones indígenas, que en muchos casos permanecen en situaciones legales confusas, herencia de la época colonial.”

Según ese mismo autor, la introducción del sistema capitalista, los organismos provinciales de reciente creación y la aplicación de impuestos afectaron profundamente a comunidades enteras que vivían en las tierras codiciadas. Sin embargo, en 1872 los indígenas recuperaron parte de su territorio, ya que el gobierno de Jujuy declaró fiscales las tierras de Casabindo y Cochinoca, hasta ese momento en manos de terratenientes.

Estas circunstancias contribuyeron al fortalecimiento de las comunidades de la Puna, con el respaldo de grupos indígenas de Bolivia. De modo que para 1874 casi la mitad del territorio provincial estaba bajo el dominio indígena. Los terratenientes no toleraron ese avance y depusieron al gobernador Sánchez de Bustamante, que había considerado los derechos de las comunidades. Finalmente, en la batalla de Quera los indígenas fueron vencidos y muchos de ellos muertos o encarcelados.
Siglo XX, la conquista del trabajo. Ingenios, plantaciones, obrajes, estancias
Luego del sometimiento militar de los principales grupos con capacidad de mantener una resistencia armada, el siglo XX se caracteriza por la incorporación compulsiva de los aborígenes como mano de obra a distintos sectores de la economía. Esto incluso había sido uno de los objetivos centrales de las campañas militares. En el norte del país, especialmente, obrajes madereros, ingenios azucareros y plantaciones de algodón fueron instalados en tierras que eran de los aborígenes. También usaron la mano de obra indígena en condiciones de superexplotación para enriquecerse económicamente.

Las compañías de este tipo eran como pequeños países o grandes cárceles de las cuales no se podía salir sin permiso, y donde las condiciones de trabajo eran denigrantes. Generalmente los aborígenes no recibían salario, sino vales que sólo podían utilizar para comprar a precio altísimo, en el almacén de la propia compañía, las cosas que necesitaban para sobrevivir. Lo más frecuente era que los vales no alcanzaran para obtener las cosas básicas, y terminaban endeudándose con la compañía para poder vivir. Así, finalmente, la compañía podía obligarlos a trabajar para pagar su deuda, y al hacerlo seguían endeudándose cada vez más, acrecentando su dependencia.

En el sur, las comunidades habían sido disgregadas y las familias divididas y esparcidas en distintos puntos del país. Muchos habían muerto, otros fueron llevados a Buenos Aires donde eran encarcelados o repartidos como esclavos domésticos, entregados para trabajar en beneficio de algún estanciero, o enrolados en el ejército y la marina. Algunos pudieron volver a su tierra, pero la situación había cambiado. Había pueblos, ciudades, estancias, gente extraña. Ya no se podía cazar como antes, ni instalarse libremente en el campo. El único destino que se les permitió fue trabajar como peones de estancia en condiciones de sometimiento, o subsistir en los territorios yermos donde habían quedado confinados.


Incorporo el vínculo a una página donde podremos escuchar "Antes morían nuestros abuelos, ahora los bebés" en la página de Argentinaindimedia,está bueno para que escuchen los chicos



Audio publicado por La Flecha (Radio Estación Sur 91.7 FM) en Argentina Indymedia (( i )) (2.6 mebibytes)

viernes, 7 de mayo de 2010

SOBRE LA SOCIEDAD COLONIAL. PROPUESTAS DIDÁCTICAS

IMÁGENES DE: http://www.clarin.com/diario/especiales/mayo1810/imagenes.htm







Con imágenes como las precedentes se puede iniciar el trabajo con los chicos. Las vestimentas, los escenarios, las ocupaciones, permiten la reflexión sobre la sociedad colonial y orientar en la construcción de ideas témporo-espaciales.
Creo que la tarea puede centrarse- previas consideraciones generales- en una clase social, por ejemplo el caso de los negros esclavos, las condiciones de vida, la procedencia, la discriminación- ayer y hoy- fundada en el color de la piel. Asimismo, los cantos y las danzas propias de los negros, o canciones que refieran al modo de vida,proporcionan excelente material:

Duerme negrito

Duerme duerme negrito
Que tu mama 'ta en el campo negrito
Duerme duerme mobila
Que tu mama 'ta en el campo mobila

Te va trae' codornices para ti
Te va trae' rica fruta para ti
Te va trae' carne de cerdo para ti
Te va trae' muchas cosas para ti
Y si negro no se duerme
Viene el diablo blanco y zas! ...
Le come la patita chicapumba
Chicapumba apumba chicapum ...

Duerme duerme negrito
Que tu mama 'ta en el campo negrito

Trabajando
Trabajando duramente
Trabajando si
Trabajando y va de luto
Trabajando si

Trabajando y no le pagan
Trabajando si

Trabajando y va tosiendo
Trabajando si

Pa'l negrito chiquitito
Pa'l negrito si

Trabajando si
Trabajando si

Duerme duerme negrito
Que tu mama 'ta en el campo negrito

Negrito ... Negrito ...


Recop:Atahualpa Yupanqui

ES IMPORTANTE SELECCIONAR CANCIONES CON EL CONTENIDO QUE PERMITA UN APRENDIZAJE. HAY TEMAS DEL CANCIONERO INFANTIL CON RITMO AGRADABLE COMO "Estaba el negrito aquel,/estaba comiendo arroz/el arroz estaba caliente"PERO SIN CONCEPTOS SIGNIFICATIVOS A LA HORA DE ANALIZAR LA SOCIEDAD COLONIAL.
El material que sigue, pertenece a las propuestas de actividades de educar (el sitio del Ministerio de educación de la Nación) para primer ciclo
Para imprimir, cliquéa en la imagen, cuando te aparezca la agrandás con el mouse (te aparece el signo +)
Parece obvio, pero me consultaron.




Adjunto más abajo el vínculo a una página que proporciona ideas para desarrollos con los más pequeños, incluye adaptaciones de narraciones como:
Versión libre de Alicia Zaina de “Motitas, el negrito” (se desconoce el autor). Aparece como presentado por S. Adinolfi en Martha Salotti, El Jardín de Infantes. Buenos Aires, Kapelusz, 1969.
Adaptación de Alicia Zaina del cuento “Anochecer de un día agitado” del libro Efemérides, entre el mito y la historia de Perla Zelmanovich y otros. Buenos Aires, Paidós, 1994.
En el texto de orientación para el docente se propone con relación a los relatos: "que el docente realice la lectura de los relatos, dedicando un momento posterior para conversar con los niños sobre los datos históricos que los textos aportan.
El relato permite una aproximación a algunas costumbres cotidianas de 1810, como así también a hechos puntuales del 25 de Mayo desde el punto de vista de un niño, lo cual lo acerca significativamente a los niños actuales
"
http://www.scribd.com/doc/30052570/bicentenario-nivelinicial

lunes, 3 de mayo de 2010

DOÑA JERÓNIMA DE CONTRERAS. DEL CUADERNO DE LA SEÑO... Para recrear el pasado...



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Doña Jerónima de Contreras tiene la mirada suspendida en el muro blanco de su habitación, ajena al trajín de la casa; en sus manos se enlaza el rosario. Cada cuenta se desliza por sus dedos angulosos, reza oraciones aprendidas en la infancia distante. Su memoria no está en el presente. Alrededor de sus aposentos y mucho más allá la vida sigue su curso. Van y vienen realizando tareas cotidianas los negros esclavos y los indios; resuena a lo lejos, el martillo en la fragua traída por Juan de Garay al villorio santafesino. En otros ámbitos algunas mujeres hilan y tejen en rústicos telares.
En los establecimientos comerciales los mercaderes realizan sus transacciones: azúcar, yerba, tabaco y mulas, mientras conversan de sucesos y experiencias en Paraguay y Tucumán.
Fluyen las faenas en la ciudad, en las viñas, en los sembradíos, en los depósitos de cueros y trigo. Resuenan herramientas, alguna canoa remonta el río en busca de la pesca para alimento o comercio. Sirvientas acarrean el agua que servirá para la higiene y consumo.
En la cocina, la platería, la cerámica, las vasijas indígenas, los morteros, rumorean según los quehaceres habituales.
Doña Jerónima sueña despierta, con sueños heredados, con nostalgias ajenas. Siente las caricias de su madre, como si aún fuera muy pequeña, sus pensamientos construyen itinerarios engañosos, vive la noche bochornosa de Asunción, la frondosidad del paisaje, la premura del oleaje del río que en las noches claras refleja un cielo de estrellas, cuyos nombres escuchó y ha extraviado. Siente el olor de la tierra, la fragancia húmeda de las arboledas, toca la tierra cobriza, parecida al color de hombres y mujeres, escucha cantos armoniosos en lengua dulce y extraña.
Su mente ya no le pertenece, los antiguos relatos se enseñorean, tejen tramas con escenarios imaginados, que pertenecieron a sus ancestros…
Cobran vida las cincuenta mujeres que se embarcaron en Guadalquivir, hacia el Río de la Plata, con quienes viajó su abuela doña Isabel de Contreras, con sus hijas Isabel y Elvira.
Alguien le ha narrado las desdichas del viaje, le ha hablado de la belleza del océano cuando está quieto y la luna raya artificios en su oscura superficie; le han referido la inquietud estremecedora en el interior de naves sacudidas por viento, lluvia y violencia en días interminables…
Jerónima compone la leyenda que ha viajado por el mar, por un lado la evocación y la añoranza que transforman con pinceles de luz, los pueblos, las plazas, los salones, los valles y montañas del continente lejano; por otro las cartas que vuelven, con el relato del extranjero espacio, letras hondas de penurias, pero impregnadas del color, del paisaje, de la exuberancia de lo nuevo, de lo desconocido.
En recintos que nunca conoció damas engalanadas bailan y ríen, las velas multiplican reflejos de cristales y joyas, en el imaginario la envuelven el perfume y la seda, los colores relucen…Las parejas se deslizan sobre pisos como espejos, siguiendo el ritmo de una música cautivadora.
Durante largas horas no sufre en su olvido, permanece en un presente interior, sin miedos ni angustias, sin culpas, sin dolores, sólo apariencias que irrumpen y la abandonan, en un letargo sereno.
Otras veces la asaltan fragmentos de realidades. El recuerdo de su padre es apenas un relumbre de espada, la aspereza de un rostro, el olor de una ropa que anduvo caminos y encuentros y luchas.
Es también el recuerdo de su muerte, su vida arrebatada por manos que sintió crueles, vengativas, inhumanas.
Su infancia, su adolescencia, su pasado lejano son como los cimientos del poblado y de la casa levantados a orillas del río, sus evocaciones están enraizadas a la resistencia que poco a poco se fue abriendo paso, en un espacio trabajado con afán, hasta producir la propia simiente. Ha visto moler el grano, crecer poco a poco estancias y poblarse de mulas y vacas. Ha conocido a hombres y mujeres de costumbres y hábitos diferentes, ha sabido de actos buenos y malos, de intrigas y miserias y desasosiegos, de crueldades y poderes, de convivencia pacífica y sojuzgamiento, ha vivido lo humano desde dimensiones diversas en creencias, rituales, coexistencia…
Jerónima añora a su marido Hernando, a sus hijas; aunque no puede reconstruir la historia secuenciada, total, en su abandono místico hay un relumbre de amor. Por él, joven, gallardo, siempre alejándose, y por su progenie a quien ha visto crecer. De pronto ve a las niñas, pequeñas bajo su abrazo, luego jovencísimas, acarreando tierra para construir la iglesia de la Compañía de Jesús.
Las remembranzas van y vienen, de algunos pensamientos huye, es demasiada la pena: la muerte de su tía asesinada por el propio marido, la desaparición de su cuñada-cautiva de los indios-, las luchas contra hombres, plagas y pestes, la enfermedad de su esposo, que se fue agravando hasta detenerlo a su lado, cesado por fin el constante trajinar; luego, su ausencia definitiva.
Entre láminas de santos, ya no se interesa como antaño por el río y la barranca, que guardan las escenas de su juventud
Fray Juan de San Buenaventura ha tomado posesión simbólica y espiritual de la vivienda, desde que Jerónima se halla recluida en su oratorio, con su atuendo oscuro, bajo la imagen de la Limpia Concepción. Él guarda su testamento, cuyas letras ella ha perdido en la confusión de los tiempos. Ha pedido ser sepultada en la Iglesia del Convento de San Francisco, en la Capilla Mayor, al lado del Evangelio, donde está su marido, ha donado a los pobres su ropa blanca, sus atuendos, su cama. Otros bienes materiales quedarán para sus parientes.
En la bruma del pensamiento, hay más pasado que presente, y en el pasado una herida, una tribulación que siente como el más hondo pecado, fija los ojos en el ícono piadoso que la acompaña, pero por ese recuerdo a su corazón no llega la paz.
En relámpagos de lucidez, habla con su fraile confesor, que le asegura que los seis mil pesos confiados a él para ganancia de la gloria eterna, la reivindicarán a los ojos de Dios.
Jerónima cree por momentos y por momentos olvida.
Y un día- igual a otros en su clausura- con brillo de cirios y perfume de flores de la tierra, se duermen para siempre sus recuerdos y sus ensueños.
Cesan las actividades, de boca en boca corre la noticia: ha muerto Doña Jerónima.
Han de comenzar los honores y ritos que pidió para su despedida. El día del entierro tocan las campanas de San Francisco, las de Iglesia Matriz de "Todos los Santos", las de la parroquia de San Roque, las del templo de los jesuitas, las de Santo Domingo y la Merced; su cuerpo es llevado en procesión hasta el templo de San Francisco, donde se abre la sepultura de Hernando, su cónyuge, del lado derecho del altar mayor, para dejarla a su lado.
Con tristeza y ternura sus servidoras han amortajado la figura empequeñecida, con el hábito de terciaria franciscana. Han puesto en sus manos la corona de las Siete Alegrías de la Virgen. En su pecho, oculto en los pliegues del ropaje frailuno, un collar de cuentas de color azul oscuro, bordeadas en zig-zag de rojo y blanco.
Entre el incienso y la mirra, por sobre los techos altos, se unen los lenguajes, que encomiendan al misterio el alma de Jerónima.
Cada dios escucha a su manera.

Isabel Bertero

FUENTES:
Información Cultural de la provincia de Santa Fe - República Argentina

Centro de Estudios Hispanoamericanos

IMÁGENES DE:
Información Cultural de la provincia de Santa Fe - República Argentina

Información Cultural de la provincia de Santa Fe - República Argentina