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BAJO LAS LILAS ES EL PRIMER LIBRO QUE RECUERDO HABER LEÍDO- DE MUY NIÑA- EDITADO SIN ILUSTRACIONES, o muy escasas- portada y aisladas en capítulos- (quiero significar: primer paso hacia una literatura sin apoyo visual, que es lo que requieren generalmente las publicaciones infantiles) Lo cito porque creo que no sólo lo cercano (en tiempo y espacio) es grato a un lector. Niños y adultos gozamos de viajar con el imaginario, escuchar otras voces, pensar otros lugares y realidades.



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lunes, 24 de mayo de 2010

ESE DÍA


Aunque no pueda decir cuántos años tenía, porque ni aún ahora sé si tengo la edad que dice mi libreta, debo haber sido muy chica, pero me acuerdo de unas cuantas cosas sin importancia y de otras trascendentales, definitorias de mi vida.
De las de poca importancia sé que tenía puestas unas zapatillas agujereadas en el dedo gordo y un vestido tipo delantal, con botones que no podía enganchar sola en los ojales y una tira que llevaba colgando.
Éramos una familia humilde, vivíamos del trabajo de mi padre, asalariado en un campo vecino y de lo que producía nuestro propio sembradío, en un terreno no demasiado grande. Todo esto lo supe después porque por ese tiempo-como ya dije- era demasiado chica para interesarme por la economía de la casa. Sé que con mis hermanos jugábamos entre los maizales, que mi madre recogía de la huerta cebollas, calabazas, papas, zanahorias-a veces la ayudábamos en este trabajo-. Sé sin poder precisar fechas o estaciones que había tiempo de siembra y tiempo de cosecha y que los vecinos se ayudaban poniendo todos, las escasas herramientas y animales que tenían, unos al servicio de otros.
Mi casa era como una gran estancia amplia, con piso de ladrillos, dividida en habitaciones de techos altos y paredes gruesas. En la cocina había un fogón y un horno de leña. En el frente y detrás, pasillos cubiertos de enredaderas que en el verano se llenaban de flores rojas y abejas (recuerdo lo de las abejas porque una vez lo picaron a mi hermano, lo que hizo que estuviera unos cuantos días con la cara hinchada y mi madre lo curara con barro).
Creo que mi madre quería mucho a este hermano mío, porque le perdonaba todas las travesuras, y también se las ocultaba a mi padre, que era severo, hablaba un poco raro- supe después que todos los inmigrantes italianos hablaban así, mezcla de castellano y su lengua natal- y cuando llegaba cansado de sus labores, era muy capaz de zampar un cachetón y algo más al primero que lo molestara.
Yo también tenía una hermana, la más chiquita, ella siempre conseguía de mi madre lo que quería, porque era cariñosa, besucona, y según recuerdo todos decían que muy bonita.
En cambio yo era como hosca, más bien feúcha, siempre fui un poco chueca y reacia a los abrazos. Nunca supe ni cantar, ni decir esas tonterías que los chicos dicen y hacen reír a la gente grande. Además como era la mayor, siempre se me pedía que ayudara en la casa: barrer, pelar papas, acarrear agua y esas cosas…
Este día que recuerdo en particular, nos habíamos levantado hacía poco y estábamos en la cocina, tomando leche con mate cocido y comiendo unas rodajas grandotas de pan que mi madre había cortado y enriquecido con manteca y azúcar.
Mi padre se había ido a trabajar al campo y por las ventanas entraba la luz y un airecito fresco.
Me acuerdo de la luz, por la forma en que después se apagó y del aire fresco porque cuando salimos corriendo, pensé que sentía frío, que quería meterme en la cama y taparme con una manta.
Es que de pronto, esa mañana, el cielo se volvió oscuro, como si una tormenta se hubiera desatado, y se empezó a escuchar una especie de zumbido como música mala. Quedamos en noche oscura.
A partir de ahí, evoco algunas cosas, vagamente. Sé que muchos corrían y que gritaban:- ¡Es la langosta, la langosta! Sé que mi padre regresó a casa y que nosotros y todos los vecinos agarramos ollas, cacerolas, cualquier cosa que pudiera hacer ruido y golpeábamos, golpeábamos…Papá luchaba para encender unas parvas de pastos, que al rato empezaron a desprender olor a humo que no olvido, un olor picante, que me ahogaba y me hacía toser.
Yo no sabía por qué ni para qué pero escuchaba los gritos:-¡Golpeen, golpeen! Mi hermanita lloraba y a mi padre se le había volado el sombrero…Desde las cercanías también se escuchaban retumbes y sonidos como de pitos y matracas, que trataban de imponerse al rumor creciente de la negra nube invasora.
No puedo precisar cuánto tiempo pasó, debe haber sido mucho rato, pero llegó un momento en que todo empezó a despejarse. No hubo gritos de júbilo cuando paró el ruido. Todas las miradas se posaron en el pobre campito. Devastado, asolado. Hasta los árboles parecían esqueletos que alguien hubiera puesto en la noche, como en los paisajes sin sentido de los sueños.
Más tarde vino lo demás, todo lo demás, eso que fue lo importante, lo definitivo.
Me parece ver a mi padre, que se iba por el camino, con los hombros caídos, sin el sombrero; de vez en cuando, se paraba y miraba al cielo, miraba hacia un lado y hacia otro, hasta que empezó a correr. Mi madre lo llamaba a los gritos, habían aparecido los perros y corrían detrás y ladraban, ladraban.
Pero mi padre no volvió, ni ese día, ni al otro, ni al otro…
Así vino la pobreza y el hambre, vino llorar y pedir y no entender…
Mi madre se quedó con mis hermanos, nunca supe por qué. A mí me mandó a trabajar con las señoritas, que eran maestras y me enseñaron un poco, pero a la escuela no me mandaron, porque no había tiempo para hacer tareas domésticas, lavar, planchar y después estudiar… Como no tenía documentos las señoritas me tramitaron uno, los registros de mi nacimiento no estaban muy claros, creo que ellas descubrieron que mi padre, me había declarado bastante después de nacer y que la fecha podía ser tentativa, al día lo pusieron en función del santoral al que debo mi nombre, al año, sacando cuentas.
Aprendí mucho copiando letras de libros que andaban por ahí, escuchando, pensando…Cuando pude me fui a trabajar por un sueldo y me eduqué más de la vida, de la gente, de andar, me esforcé en leer los diarios, aunque fueran viejos, ejercité los números y los problemas no de los libros, de la realidad…
Hice mi vida de otro modo, para querer me volví feroz y protectora, traté de olvidar casi todo; volví a ver a mi padre, una vez que regresó viejo y enfermo. Mi marido y yo lo ayudamos, le dimos un techo para vivir y comida, pero él se volvió a ir aduciendo razones vagas que no vienen al caso.
Hoy repaso estas cosas, porque es aniversario de la muerte de mi madre. Cuando estaba muy grave en su cama del hospital, mis hermanos me llamaron...
Quería hacerle algunas preguntas, aunque después pensé que ya no tenían importancia, así que no le pregunté nada; sólo tomé su mano, viejecita y mustia.
Rememorando estos hechos, pienso también que mi nieta me preguntó, hace unos días, por qué en sueños, a veces digo Ay, mamita querida
No sé, pero estimo que cuando la gente dice “come como las langostas en la Biblia”, debería saber que estos bichos pueden llegar a comerse el amor.

isabel bertero











Imagen de Hemeroteca Digital-Diarios históricos en internet-Provincia de Santa fe- República Argentina :
http://www.hemerotecadigital.com.ar/diario/7242/?page=1&zl=2&xp=-252&yp=-150

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