Mi madre siempre me
espiaba en casa. Desde la muerte de mi padre, ella controlaba todos mis
movimientos.
Estuviera en el ámbito
que estuviera. Cuando entraba al baño la intuía detrás de la puerta, o la
sorprendía si salía de golpe. Aun cuando
me iba a dormir, a poco escuchaba la puerta que se abría suavemente y aunque
apretaba los ojos en la oscuridad, sabía que ella estaba allí, controlando mi
respiración, para saber si dormía o quizás para adivinar qué soñaba.
Yo trataba de prolongar
mis horas de trabajo, me quedaba por ahí mirando vidrieras o con mis compañeras
de trabajo, cuando de daba, porque casi todas estaban casadas, tenían hijos
pequeños, o un amigo, un novio que las esperaba.
Por ese entonces, sufría de soledad, cuando podía, leía novelas o cuentos que me transportaban a
otros mundos, más amables que los encierros.
Mi madre comenzó a tener
otras conductas extrañas, olvidaba muchas cosas. Primero pequeñas, como algún
elemento en la comida, luego más importantes, como la hora de cocinar, hacer
los mandados. Por las noches la escuchaba deambular, una vez la vi sacando toda
la ropa de placard. Se detenía en la que había pertenecido a mi padre y la golpeaba, como si hubiera
estado enojada. No debe haberle perdonado que se muriera, porque después la
acariciaba con amor.
Una tarde conocí a
Camila, nos encontramos mirando una vidriera outlet de zapatos, entramos al mismo tiempo y las
dos queríamos el mismo par, del mismo número, del que sólo quedaba un juego.
Al final, ni a ella ni a
mí nos gustó cómo nos quedaban, así que no compramos y Camila me dio el dato de
otra zapatería, adonde fuimos para explorar.
Allí compramos y salimos
felices, con esa tonta alegría de tener algo nuevo.
Charlamos un poco y
decidimos tomar un café, hablamos de nuestras vidas y resultó que ambas nos
sentimos identificadas, por la incomunicación.
Ella vivía sin compañía,
en una vieja casa que había heredado de una tía.
Yo le conté del
desasosiego creciente en mi propio hogar.
Nos citamos para vernos a
los dos días en el mismo bar.
Cuando llegué a casa mi
madre me miró con indiferencia. Sin embargo se detuvo en la bolsa de los
zapatos, los sacó y se los quiso probar. Le quedaban grandes. Igual se fue
trastabillando hasta un espejo y se miró, se miró…hasta que empezó a reírse. Le
preguntaba el por qué de la risa. No me contestó, hasta que con un gesto brusco
los arrancó de sus pies y comenzó a llorar. Tampoco me dijo el motivo de su
llanto.
Comencé a invitar a mi
casa a Camila… a cenar a la salida del trabajo. Por supuesto no le gustó a mi
madre, cuando ella venía se negaba a cocinar, no lo decía claro; pero me veía
en apuros cuando me había prometido poner una carne al horno, y yo llegaba y me encontraba con mamá recostada por un
fuerte dolor de cabeza, o cuando había decidido una cazuela y estaba imposible
de picante, o cuando decía que tuvo que tirar el pollo porque tenía mal olor o
directamente que la cena se había quemado.
Las cosas empeoraron
cuando Camila me presentó a su primo Matías.
Era un hombre encantador,
en el rostro se parecía a Clark Kent, el
original de las historietas, pero no tenía un físico llamativo, sí alto y
desgarbado.
Yo descubrí de pronto que
me gustaba lo que él decía, su modo de ser, su manera de pensar.
Y nos enamoramos. Muy
pronto nos enamoramos. Camila feliz, mi madre cuando lo percibió se puso más
hosca que nunca. Si él venía desaparecía en su habitación. A veces ponía la
radio estruendosamente, como para no escuchar, como para ignorarnos.
Disfruté ese tiempo.
Salíamos, nos divertíamos, no olvidábamos a su prima y organizábamos paseos
compartidos. Imaginábamos, proyectábamos…
Mi madre comenzó a
requerir ayuda para todo, para levantarse, peinarse, vestirse.
Hicimos una consulta
médica.
En esa oportunidad se
arregló muy bien, habló con coherencia, le dijo al profesional que la atendió,
que ella estaba perfecta. Los análisis clínicos así lo confirmaron. Cuando el
doctor sugirió consulta psicológica, por los síntomas que sólo yo describía, se
rió y dijo que su hija siempre había tenido frondosa imaginación, que ella
estaba perfectamente.
Pero retomó su rutina de
alejamiento de la realidad.
Yo supongo que entre mi
trabajo y mi descubierto amor no percibí a tiempo lo que vendría.
Llegué una tardecita a
casa, sola, apurada por cambiarme para salir, previendo preparar antes una
comida sencilla, para alcanzarle a mi madre, que casi siempre a esa hora ya
estaba en la cama.
Me extrañó que estuvieran
todas las luces encendidas.
Así la vi enseguida,
estaba en la puerta de la cocina y llevaba aferrado con las dos manos un enorme
cuchillo.
Con gran agilidad, se
abalanzó sobre mí. Vestía algo rojo, rojo sangre.
Me clavó el cuchillo
tantas veces que mi cadáver debe haber dado trabajo a los forenses.
Recuerdo que antes de
morir rememoré una única visita que hice a Oliveros, todos los habitantes tan
perdidos y abandonados, salvo unos pocos privilegiados, con alguien de la
familia presente.
Mi madre ya no tendría a nadie.
Isabel Bertero
Imagen: Raquel Sarángello. Tus secretos
Isabel Bertero
Imagen: Raquel Sarángello. Tus secretos
Me atrapo desde el comienzo.
ResponderEliminarGenio. Te quiero mucho Isa.
BESOSSSSSSSSSSS!!!
Me encanto Isa,tu narrativa impecable como siempre!!!!!!!!!!!!. FELICITACIONES!! TKM.
ResponderEliminarMuchas gracias!!! PERO ENTREN DE NUEVO COMO ANÓNIMO Y FIRMEN, NO SÉ QUIÉNES SON...IGUAL BESOS
ResponderEliminarMe encantó Isa,me asombró el tema Muy bien la narrativa, es un cuento especial, muy de esta época.
ResponderEliminarIsa: como todo lo tuyo, IMPECABLE !! El tema me entristeció bastaste... La ilustración, magnífica y acorde con el cuento. Milu (va como anónimo, pero firmado. No sé enviarlo de otra manera. La tecnolología....)
ResponderEliminarMuy Bueno!! me atrapaste desde la primera línea. Triste, pero se me antoja tan posible. Me imaginé todo, todo, terrible. FELICITACIONES! Ana María
ResponderEliminarGRACIAS, A TODOS!!!. No sé si no es problema de mi blog, para entrar. Téoricamente si te hacés una cuenta en https://www.google.com/accounts/NewAccount?hl=es (copiarlo en la barra de direcciones) después entrás con esa cuenta donde dice cuenta de google.
ResponderEliminarDe ADRIANA CORONEL
ResponderEliminareeeeeeeeeeeeee no pensé en ese final. Que bárbaro, igual pensó en su madre y la falta de compañia que iba a tener. muy buena descripción de los momentos vividos por la hija en un cuento tan corto. Llegué a sentir muchas sensaciones en segundos
calificación: muy bueno. admiro a la gente que sabe escribir
Hola flaca, del cuento me gustan mucho la progresión narrativa, está muy bueno que en un cuento tan breve sea tan notorio el agravamiento de la vieja con un ritmo de relato tan cadencioso. También me parece casi impecable el registro del narrador, la voz es consistente todo el tiempo y habla del personaje sin necesidad de descripciones explícitas. Y en lo argumental es de los cuentos que, como muchos te han dicho, atrapa, y no es solo la idea buena, sino que está bien resuelta. Mi única crítica es formal, pero seria si me baso en mis influencias de taller, al menos en los que yo he andado, te criticarían, igual que yo, el final, porque ¿quién cuenta esto, en qué momento, si el narrador en primera persona está muerto?
ResponderEliminarBeso flaca, y perdoná el atrevimiento, apelo a derecho de hermano
Me encanta la crítica, sobre todo lo que no corresponde con lo que te enseñaron. Ahí reside para mí lo novedoso, la irrealidad, la ficción total, como si hubiera un más allá narrativo para el hablante imaginario. Es lo pequeño revolucionario en el estilo. Qué suerte, si nadie te critica no se crece.Besos
ResponderEliminarPobre tu madre, tan sola y sin nadie que le limpie el cuchillo.
ResponderEliminarEs-celente tes-to
GRACIAS!! Ya pasé por tu blog, te dejé un comentario en el último post, pero corresponde a una generalidad. Saludos
ResponderEliminarSi pude entrar, me gustó
ResponderEliminarja, ja, salió...!!
ResponderEliminarMe encanto el relato. Por un momento pensé que la madre tambien iria a morir dado que en un momento se la describe vestida de rojo, dandome la sensación que estaba herida y que obvio antes de su fin mataria a su hija. Un final no esperado. Pobre mujer!! Cómo pueden ciertas situaciones de la vida trastornarnos y hacernos actuar de una manera tan espantosa como el matar. Pobre mujer y pobre hija, cuando por fin habia encontrado la felicidad en su vida, aún así cuánto amor hacia la madre a quien no le reprochaba nada sino que se lamentaba que ahora ella quedaría sola. Hermoso
ResponderEliminarBEsos Isa, Cristina