Hace tiempo mi madre era el olor a pan, a tortas, a mermeladas, la mano fresca en la frente caliente, el beso en la noche antes de dormir, el guardapolvos blanco planchado con almidón, el patio limpio a baldazos de agua, el olor a tierra de las plantas regadas, el mate y la charla inconsistente, las preguntas, las discusiones, los anhelos expresados en la mirada, las exigencias, la vida que empujaba.
Hace tiempo era la referencia del hogar, los sacos y camisas de mi padre, alineados prolijamente en el ropero. Las demandas. Las culpas. Los estímulos.
Yo siempre un poco madre, un poco en deuda, un poco deseosa de envolver la alegría y regalársela en paquetes primorosos, de navidad y cumpleaños, con papeles crujientes y brillantes. Empeñada sin saberlo, en encerrar el pasado en un equipaje y devolvérselo con sus perfumes y sus recuerdos, con sus voces, con sus alientos vitales.
Hoy mi madre es una niña, que quiere protección (y yo he quedado huérfana, hace rato) Entonces, transito un tiempo de hijos jóvenes y una hija viejecita, dolorida de cuerpo y de alma, tal vez por eso quiero que no sea el día de la madre, quiero llamarlo día del hijo para agradecer la cuna y los pañales, los llantos en las noches, las palabras primeras, el ganar espacio con toda la adhesión y la premura, con los castillos, los libros, las músicas, las magias, las fantasías, los sueños y los empeños, los abrazos. Y la realidad.
¿Cómo fue que se amontonaron los cuadernos y las hojas, que los lápices de colores y los bolígrafos se gastaron, que descubrieron el afuera,la vida y los otros?
Parece un trabajo arduo, y sin embargo, es sólo la suma de los días, y el despertador, la ropa que crece, y los zapatos, los días que avanzan sin permiso.
Y también es mi cara cambiada ¿Cuándo dejó de ser la de una chica, cuándo dejé de llevar de la mano a mis pequeñas, cuándo se llenó de guirnaldas y piñatas mi casa por última vez?
¿Cuándo dejé de correr entre la casa y el trabajo, cuándo me aprendí las edades nuevas y los tiempos estrenados?
Fueron los hijos, así que no creo en el día de la madre, sino en ellos que se vinieron pisando los talones, y que llenan de alegría o de tristeza, de exigencias y préstamos a futuro, de vínculos que las arañas tejen, cuando nadie las ve, para quedarse en el aire como mapas de tesoros escondidos, que cada uno sigue, según itinerarios íntimos. Y diversos.
Me gustaría no volverme nunca tan hija, tener algo de madre cotidiana por mucho tiempo, pero el futuro no se adivina, ni se predice, así que todo es incógnito. Hoy es quizás todo.
Para mi madre –hija, para mis hijas: Todo el amor. Crecer punza , y fuimos trepando juntas con este marco de existencia, del que nada sabemos más que hurgar, buscar, reconocernos, desconocernos
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Basualda, Héctor Figura sentada en el patio |
Isa Bertero