Nos
disfrazamos para el baile de carnaval. Yo me puse una malla, me até el pelo
oscuro y calcé una nariz de payaso.
Bailamos
todos juntos cualquier ritmo, estábamos eufóricos o contrariados, pero había
que pasar el tiempo.
Siempre
la idea de ocupar la duración. Encontrar
conocidos, fingir que el alma está expuesta, aunque pocos saben quién es el
otro.
Si
alguien se hubiera asomado de verdad a
mi alma calculaba me diría “Buenas noches, mucho gusto, nos veremos”
Había
gente que bebía con exageración, para reírse, para olvidar,
para venderse.
Payasos,
tigresas, zombis, robots, bailarines, osos, caballeros, hasta una caja con pies,
boca y ojos…
Me
alejé hacia una ventana, los árboles que llegaban al balcón permitían respirar.
Unas
manos enguantadas me cubrieron los ojos.
Por
debajo asomaba mi nariz redonda y colorada.
Me
susurró en la oreja. Ilusión.
Escuché.
Escuché.
La
realidad se desvanece.
A
poco estamos en la calle, la gente nos mira con asombro.
Yo despejé mi cara. El
mago se dejó su sombrero de copa.
En
la mesa del bar empezaron a aparecer las palomas, el fuego, los conejos.
Dejé
de a poco que algo mío asomara, incierto, expectante.
La
noche fue larga de palabras.
Le
siguieron otras de caminar, ir al cine, comer, decir la vida de a ratos, de a
gajos.
Cuando
nos besamos ya sabíamos de sortilegios.
También
sospechábamos que no son eternos y que es bueno cuidarlos.
Isabel
Imagen de : Elena Molist