Tengo pocas fotografías de mi infancia. En una de ellas, se ve una niña, en la contemplación de un punto que probablemente el fotógrafo señaló. Los ojos muestran un reflejo, detrás está la mirada y el gesto interrogante. Hay cierta obstinación, que parece desafío, pero podría ser temor. En los retoques, los labios coloreados no logran subvertir la inocencia.
Si presta atención un lector interesado, alcanza a percibir el tiempo y su escenario, el anclaje a un acontecer que no renuncia.
Recuerdo bastante bien el día. Es el de la Primera Comunión. Ignoro si hoy los niños comprenden de qué se trata, o si las ceremonias, la liturgia, los aprendizajes, perdieron la sagrada violencia con que se imponían. Espero que así sea.
Los bancos de la capilla adonde acudimos para estudiar catecismo huelen a madera antigua, hay olor vegetal y a velas. Las señoras que protegen el recinto, que consienten al cura párroco, se encargan de poner flores en recipientes de cristal, de acicalar el rostro y el manto de la Virgen, de curar la herida sangrante de San Roque, de cuidar a Jesús crucificado y preservar el aura de San Antonio. Blancas carpetas bordadas adornan los altares.
Los chicos memorizamos la doctrina, infinitas preguntas con una única respuesta exacta; los diez mandamientos —de los que especialmente no entendemos lo de “no fornicar” o “desear a la mujer de tu prójimo”—, "matar", ni se nos ocurre (sólo está en las películas de cowboy o caballeros), "los bienes ajenos" seguramente son las golosinas, un juguete, ni siquiera una ropa bonita, (supongo que en mi caso es alguna zapatilla humilde, porque siempre me han gustado las Pampero, que no me compran; los zapatitos con presilla y suela de goma duran más y representan mejor).
A veces hacemos ensayos de confesiones, para prepararnos. Llegará el día en que habrá que tragar sin masticar el cuerpo de Cristo, y ahí estaremos sin mácula (espero que mis ancestros estén libres de pecado, porque ya demasiado precio es el pecado original).
Cuando al final rezo el “yo pecador”, trato de hablar bajito para que el oído que está detrás de la ventana con agujeritos no se dé cuenta si olvido alguno de los bienaventurados, sobre todo a San Miguel Arcángel, con lo bonito que se oye. También me esmero en golpearme con ritmo cerca del corazón, “por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa”, y cuando la voz me manda a la penitencia, trato de apurar los padrenuestros y avemarías, para que los que me rodean no piensen que soy una gran pecadora (a faltas graves, largas penitencias)
La noche anterior al examen, me la paso pensando en qué cosas hice mal:
Dije malas palabras, mentí, tuve malos pensamientos… (Según preparación de las viejas maestras catequistas). Qué pena haber robado algún caramelo, del frasco celosamente guardado; podría haber caído más simpática a los ojos de Jesús.
Con lo de los malos pensamientos se complica, porque desde atrás de la ventanita con una cortina roja, la voz del Padre (sé en lo más profundo que es la del Padre, pero como está ahí encerrado, con una vestimenta especial, en ese oscuro lugar, empiezo a creer que el ángel ornamentado bajó, o Cristo mismo, para obligarme a decir la verdad; a inventarla en todo caso, si no la recordara bien). Igualmente todos intuimos, sin que intercambiemos opiniones, que se trata de sexualidad, sin llamarla de ese modo, claro, así que yo me pongo a pensar en cosas que mis primas mayores me contaron de manera divertida, inexacta, desordenada, o en los consejos de mi madre o de mi abuela. También asocio conversaciones a medias, críticas a mujeres sobre todo, y en la mezcolanza final, predomina el miedo a lo imperfecto, a lo oscuro.
Por suerte yo tengo una cierta inteligencia, que hoy se llamaría emocional, con la que manipulo el dogma, descarto maldades y me quedo con fragmentos, como “amarás a tu prójimo” o “santificarás las fiestas” (aunque lo de santificarás entra en los supuestos básicos de comprensión lectora; por lo que sé, las fiestas son sólo bienhechoras, sobre todo los cumpleaños) “honrarás padre y madre”, suena airoso, así que debe ser posible…
Lo más importante a la hora del día prefijado —Ocho de Diciembre,( fiesta de la Inmaculada Concepción)— es estar en ayunas, tener un vestido muy bonito, saberse las oraciones y cánticos, no cometer pecados la noche previa; ya que la confesión se realiza el día anterior, y por la mañana no queda tiempo, con todos los preparativos.
Básico recordar los Himnos y respuestas (algunas en latín) en la ceremonia. Claro que después de tanta memorización es casi seguro que esa parte saldrá bien.
Llevamos finalmente el vestido que la modista terminó con eficacia. Como adornos: el misal, el rosario, los guantes y una bolsita para las estampitas que repartiremos. Mi peinado se basa en una permanente destinada a desmentir el insurrecto lacio natural. Las madres, tías y abuelas lucen mantillas, mangas largas y sus mejores atavíos. Los chicos trajecitos de hombres— pero con pantalón a media pierna—, si es posible blanco, y un moño ornamentado en el brazo.
Los padres, tíos y abuelos también se han puesto sus trajes (de pantalón largo, obvio) y corbatas que les aprietan el cuello bien planchado.
La atmósfera del recinto es pesada, todo huele a gladiolos y fresias, a encierro, a gente inquieta y expectante.
Para recibir la hostia hay que arrodillarse en un reclinatorio central de mármol, que separa el altar del público presente. En el centro hay una entrada, sin lugar para apoyarse, nos han dicho que debemos avanzar, desde las primeras filas, con las manos unidas en señal de devoción. Mi rezo es para que no me toque el sitio sin apoyo, porque me tiemblan las rodillas… pero malhadada suerte… ¡me toca!
Por fin me llega el sublime momento, y regreso a mi sitio, he representado un papel más o menos digno, así que mantengo los ojos bajos —aunque tengo ganas de espiar—y trato de no tragar el sagrado alimento, que compruebo parece de papel y se queda pegoteado en la lengua.
La casa de fotografías, quedaba en el Centro de la ciudad, (sería Platini o Lux., que eran artísticas y de renombre) así que fuimos en taxi, porque no teníamos automóvil. Yo con mi vestido de plumetí, amplio y con volados y una cinta de terciopelo en el pecho. Además la coronita y la mantilla. Me sentía feliz, por el protagonismo y por lo que vendría después; agasajo familiar, torta.
Mi padre realizó la transacción comercial por un retrato enmarcado y postales, destinadas a los tíos.
El vestido se veía un poco desmañado. Incluso una parte del cuellito se negó a permanecer en su sitio, pero el fotógrafo tenía muchos clientes ese día como para advertir los indicios rebeldes. Se esmeró en la ubicación: el fondo, la banqueta, los arreglos adecuados de la amplia falda, los accesorios en posición adecuada.
Al fin, todo quedó dispuesto.
Entonces, se ocultó tras la cámara, un destello surgió de la oscuridad y sobrevino el suceso: epifanía diacrónica que apresó desde lo fugaz, el tiempo, la niña, los signos y todos los espejos que los observadores se permitan recrear.
La fotografía prosigue en algún lugar. Perseverante.
Isa Bertero
BAJO LAS LILAS ES EL PRIMER LIBRO QUE RECUERDO HABER LEÍDO- DE MUY NIÑA- EDITADO SIN ILUSTRACIONES, o muy escasas- portada y aisladas en capítulos- (quiero significar: primer paso hacia una literatura sin apoyo visual, que es lo que requieren generalmente las publicaciones infantiles) Lo cito porque creo que no sólo lo cercano (en tiempo y espacio) es grato a un lector. Niños y adultos gozamos de viajar con el imaginario, escuchar otras voces, pensar otros lugares y realidades.
Lo que aparezca en mi blog, sin referencia externa, puede ser utilizado citando la fuente.
Contacto:isamirna@yahoo.com.ar
Muchas gracias a los que envían comentarios a mi correo!
lunes, 30 de mayo de 2011
jueves, 26 de mayo de 2011
PALABRAS
Árbol Uno
(de palabras que me gustan)
“Mientras el discurso denotativo tiende a conservar los significados y las descripciones dadas, la connotación se expande en el espacio abierto de nuevas asociaciones, en el amplio abanico de valoraciones que van más allá de las indicaciones significantes, aunque sin abandonarlas. Las relaciones que establecen las connotaciones se alimentan de la metáfora, ya que de continuo tienden a suplantar un signo por otro y a capturar nuevos significados. Por eso la connotación se rige por una doble fuerza: centrífuga, porque tiende a escapar del estricto control significante; centrípeta, porque atrae, asocia y acumula otros significados diseminados en el entorno cultural del lenguaje.” (Zechetto, 2010)
(de palabras que me gustan)
“Mientras el discurso denotativo tiende a conservar los significados y las descripciones dadas, la connotación se expande en el espacio abierto de nuevas asociaciones, en el amplio abanico de valoraciones que van más allá de las indicaciones significantes, aunque sin abandonarlas. Las relaciones que establecen las connotaciones se alimentan de la metáfora, ya que de continuo tienden a suplantar un signo por otro y a capturar nuevos significados. Por eso la connotación se rige por una doble fuerza: centrífuga, porque tiende a escapar del estricto control significante; centrípeta, porque atrae, asocia y acumula otros significados diseminados en el entorno cultural del lenguaje.” (Zechetto, 2010)
sábado, 21 de mayo de 2011
Patria
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Qué es la patria
Me preguntaron por años los ojos de los niños
He construido metáforas simples
Les he contado versiones de la historia
Aprendí a no hablar de ilustres humanidades
Nunca encontré una respuesta
Cierta o eficaz
…
Quizás es cada cual
Su pedacito de juego
con el mapa propio
Las paredes de la casa
(tantas casas, tantas paredes:
Casa-rancho-chalet-palacio)
El patio
(Árboles, plantas, tierra, barro, baldosas, cemento, nada)
Los libros
(Pocos, muchos, ninguno)
Los regocijos ilustrados
(Misterix, Nippur de Lagash,
Hijitus, Inodoro Pereyra, El eternauta, Mafalda,
Ramona, Patoruzú, Isidoro, Diógenes,
Matías, Popeye, Aurora,
Asterix, Clemente, Sónoman,
Bosquenegro,…)
Las aventuras
(Los caballeros del Rey Arturo, La flecha Negra,
Heidi, Alicia, Peter Pan, Tom Sawyer,
Huckleberry, Robinson…)
Los sueños
El corcho quemado
en el acto escolar
para el negro
que nos urdieron
Los personajes de bronce y plata
Que amaron, sufrieron, perdieron, diezmaron,
escribieron, dogmatizaron, cantaron, creyeron,
falsificaron, mataron, comprendieron, desconocieron…
Hombres.
Mujeres ausentes
Y las presentes
que reclaman.
La tierra que no nos pertenece
Los que comunican (bien y mal)
Los filósofos
Los vagabundos
El pago
pocas veces justo
Todos los ricos
Y todos los pobres
Los lugares de poder
Y las colas largas de los que nunca entrarán
Los que crean
Los mendigos
Los locos
La historia de los que vinieron
del hambre, de las guerras
Los huesos del pasado remoto
sin cementerios
La fe impuesta
Las fuerzas que remolcan
Un lado
Otro lado
Para desequilibrar
el reino de lo injusto
Y el arte
cuando puede dialogar
Los viejos, los enfermos, los hospitales,
Los cines, los teatros,
los contentos, los tristes.
Todas las manos.
Todos los pensamientos
….
Sigo sin responder
Isabel Bertero
miércoles, 4 de mayo de 2011
Urbano intertextual
Las ciudades huelen a sí mismas. En este momento a otoño y a veces a lluvia, y a viento que desprende hojas y las pegotea en las veredas y arbustos mojados. Cada lugar emana a su vez una sustancia sensible que permite incursionar en un mundo ajeno, conjeturado.
Aquí algunas casas trascienden pasado. Casi podrías imaginar detrás de los portales, una antigua cocina, un patio con aljibe, pisos de baldosas, gruesas paredes, desvaídos retratos de familia, firmados por ignotos pintores.
Están los espacios muy pobres que huelen a leña en todas las estaciones.
(Dicen que Celia cura el empacho y el mal de ojo. Vive en una casita semiderruida, todavía con alambrados en la entrada y un patio de tierra donde han quedado abandonados pedazos de muebles, de aberturas, latas, piezas de metal de incierta procedencia. Recibe con un pañuelo en la cabeza y ropa deslucida, amontonada, lleva una especie de pañoleta gastada que le cubre los hombros. Tiene ojos pequeños, nublados, hundidos en un rostro lleno de arrugas. Las manos están dobladas de artritis, son oscuras y agrietadas. Según el caso propone tirar el cuerito o saca un plato enlozado, un poco cuarteado, lo llena con agua que bombea trabajosamente, y después lo lleva hasta la mesita desvencijada, cubierta con un hule no muy limpio. Sobre el agua, derrama un chorro de algo que parece aceite. Explica que si se forma un ojo en el medio, hay que cortarlo con un cuchillo y después rociar con un puñado de sal gruesa, porque la persona tiene el mal. Mientras realiza todos los quehaceres murmura rezos ininteligibles.)
Hay calles amplias, con boulevares donde árboles añosos confunden la estación y todavía guardan algunas flores en blanco y violáceo. Probablemente, las ráfagas de estos días y los cielos grises los hayan convencido.
En algunos barrios las veredas son anchas, y las calzadas con asfalto, en otras todo es angosto, improvisado, como senderos que han ido ganando habitantes al espacio.
Avenidas muy transitadas, donde automóviles y motos de última generación conviven con lentos vehículos y transportes que impregnan el aire de olor a combustible.
Cada fachada sugiere un modo de vida. Ventanas plácidas, donde las cortinas de colores claros asoman tras los vidrios entornados y se huele a limpio, a escritorios y mesas brillantes, a copas relucientes, a manteles y sábanas suaves. Veredas recién lavadas si es el día correcto. Quizás una placa añosa, indicativa de una profesión.
Otras ventanas- cerradas- con celosías agrietadas y olor a tiempo impregnado en los ladrillos. Muchas veredas desparejas, rotas. Los mosaicos, cerámicas o losetas marcan épocas de construcción.
(Se sienta en un sillón de cuero marrón oscuro cerca de la ventana, usa anteojos de montura gruesa, al fondo se ve una pared biblioteca, con libros cuyos títulos no alcanzan a leerse. Se escucha una música, o una voz, como de radio. Las páginas del diario que lee titubean entre los dedos largos y rígidos. Si a veces levanta la vista sus ojos son transparentes y sonríen)
Plantas y jardines, algunos cuidados con esa estética de lo simétrico, cerrada la llave de la naturaleza independiente.
Otros, pródigos en matas desordenadas, de tierra fértil que permite la expansión, el desborde.
(La gitana tiene en el jardín ruda, mastuerzo, menta, aloe, un ceibo que cae hacia la vereda, una enredadera con espinas que se enrosca en el tronco de un olivo, helechos…bajo un alero hay sillones de algarrobo, aunque llueva ahí se quedan. Ella tiene pelo canoso que se junta en una trenza. Sus vestidos son largos y coloridos. Cuando pasas mira fijamente, con una mueca en la boca. No es ni joven ni vieja. Parece sigilosa)
Ciertos frentes con señales de abandono, arbustos olvidados, hierbajos resecos como resabios de cosecha, breñas donde se han enredado desechos ya ennegrecidos de intemperie.
Puertas alquiladas de casas o departamentos por las que han pasado familias disímiles a lo largo de los años y dejaron una presencia, que no llega a ser historia, huelen a bebés, a escolares, a comida rápida, a ancianidad resignada.
(Hace señas. Es una mujer encorvada, con muchos años. Huele mal. De días sin agua ni jabón. Se toma del brazo que la ayuda a cruzar. Quiere ir al banco a cobrar. Pregunta qué día es. No está segura si la fecha es la que le corresponde. Trata de explicar. Parece que cobra una pensión por vejez. Sigue su marcha por las veredas. Va a un banco que para sus piernas es la eternidad. ¿De dónde viene? Seguramente está sola. La mañana pierde candor)
Como en toda ciudad hay supermercados, despensas- con el olor indefinido de las heterogéneas mercaderías que se disponen en los estantes- fragantes panaderías, tiendas donde se exhibe ropa de incierta procedencia, sin gracia, al desgano y otras dispuestas con arreglo a diseños pensados según destinatarios o estilo del propietario, éstas emanan casi siempre fragancia a sahumerios: vainilla, chocolate, lavanda, jazmín, canela, violeta…
(- Te queda bárbaro mi amor- dice la chica- mientras mira distraídamente sus propias uñas pintadas de colorado. La otra trata de convencerse apretada en un vestido demasiado chico para su talle)
Kioscos, cibers, bares, comedores, con o sin atractivo. Ordenados según convoquen a los adolescentes, jóvenes, mayores.
A la mañana se huele a café y a medialunas.
(La policía ha parado a los chicos frente al coche patrulla, los revisan a la vista de todos los transeúntes que miran de reojo. Quizás piensan que han hecho algo incorrecto. Son tan chicos. Alguien debería estar transmitiéndoles ideas. No apremios.)
Han prosperado los almacenes naturales con su particular olor a especias, hierbas, granos, semillas, cacao…
A ciertas horas es posible reconocer formas de vida: cocina rápida, salsas cocidas a fuego lento, panes y tortas caseros, cebollas, legumbres que hierven…
(En esta casa se cocina bastante. Hoy huele a carne cocida a fuego fuerte. Al horno. Envuelta en grueso papel de aluminio, con sal, especias, miel y mostaza. Cuando casi está a punto, algo jugosa, se pasa la fuente a la parrilla que está debajo, se abre el papel y la pieza termina de dorarse. Probablemente haya papas asadas: así de simple, peladas, cortadas en trozos grandes y puestas en la bandeja sin aceite. Quedan secas y distintas)
El sur huele a iglesias y a papeles antiguos, uno puede imaginar el aroma de los inciensos, de los jazmines, de los vestidos de seda, pero un aire nuevo recorre la plaza, los tribunales, los museos, las cafeterías…
(Hay un túnel que lleva al río. Está construido de manera precaria. Quizás ha servido para escapar.
Una jovencita de cabello rizado rubio oscuro y piel color bronce claro, avanza llevando un farol. Se aprieta la mantilla sobre los hombros. Hay frío en las paredes húmedas. Brillan los ojos de largas pestañas arqueadas. El corazón late velozmente. Cruza el miedo y el arrojo. Los pasos hacen eco. En la ribera un joven soldado espera lleno de amor)
Isabel Bertero
Aquí algunas casas trascienden pasado. Casi podrías imaginar detrás de los portales, una antigua cocina, un patio con aljibe, pisos de baldosas, gruesas paredes, desvaídos retratos de familia, firmados por ignotos pintores.
Están los espacios muy pobres que huelen a leña en todas las estaciones.
(Dicen que Celia cura el empacho y el mal de ojo. Vive en una casita semiderruida, todavía con alambrados en la entrada y un patio de tierra donde han quedado abandonados pedazos de muebles, de aberturas, latas, piezas de metal de incierta procedencia. Recibe con un pañuelo en la cabeza y ropa deslucida, amontonada, lleva una especie de pañoleta gastada que le cubre los hombros. Tiene ojos pequeños, nublados, hundidos en un rostro lleno de arrugas. Las manos están dobladas de artritis, son oscuras y agrietadas. Según el caso propone tirar el cuerito o saca un plato enlozado, un poco cuarteado, lo llena con agua que bombea trabajosamente, y después lo lleva hasta la mesita desvencijada, cubierta con un hule no muy limpio. Sobre el agua, derrama un chorro de algo que parece aceite. Explica que si se forma un ojo en el medio, hay que cortarlo con un cuchillo y después rociar con un puñado de sal gruesa, porque la persona tiene el mal. Mientras realiza todos los quehaceres murmura rezos ininteligibles.)
Hay calles amplias, con boulevares donde árboles añosos confunden la estación y todavía guardan algunas flores en blanco y violáceo. Probablemente, las ráfagas de estos días y los cielos grises los hayan convencido.
En algunos barrios las veredas son anchas, y las calzadas con asfalto, en otras todo es angosto, improvisado, como senderos que han ido ganando habitantes al espacio.
Avenidas muy transitadas, donde automóviles y motos de última generación conviven con lentos vehículos y transportes que impregnan el aire de olor a combustible.
Cada fachada sugiere un modo de vida. Ventanas plácidas, donde las cortinas de colores claros asoman tras los vidrios entornados y se huele a limpio, a escritorios y mesas brillantes, a copas relucientes, a manteles y sábanas suaves. Veredas recién lavadas si es el día correcto. Quizás una placa añosa, indicativa de una profesión.
Otras ventanas- cerradas- con celosías agrietadas y olor a tiempo impregnado en los ladrillos. Muchas veredas desparejas, rotas. Los mosaicos, cerámicas o losetas marcan épocas de construcción.
(Se sienta en un sillón de cuero marrón oscuro cerca de la ventana, usa anteojos de montura gruesa, al fondo se ve una pared biblioteca, con libros cuyos títulos no alcanzan a leerse. Se escucha una música, o una voz, como de radio. Las páginas del diario que lee titubean entre los dedos largos y rígidos. Si a veces levanta la vista sus ojos son transparentes y sonríen)
Plantas y jardines, algunos cuidados con esa estética de lo simétrico, cerrada la llave de la naturaleza independiente.
Otros, pródigos en matas desordenadas, de tierra fértil que permite la expansión, el desborde.
(La gitana tiene en el jardín ruda, mastuerzo, menta, aloe, un ceibo que cae hacia la vereda, una enredadera con espinas que se enrosca en el tronco de un olivo, helechos…bajo un alero hay sillones de algarrobo, aunque llueva ahí se quedan. Ella tiene pelo canoso que se junta en una trenza. Sus vestidos son largos y coloridos. Cuando pasas mira fijamente, con una mueca en la boca. No es ni joven ni vieja. Parece sigilosa)
Ciertos frentes con señales de abandono, arbustos olvidados, hierbajos resecos como resabios de cosecha, breñas donde se han enredado desechos ya ennegrecidos de intemperie.
Puertas alquiladas de casas o departamentos por las que han pasado familias disímiles a lo largo de los años y dejaron una presencia, que no llega a ser historia, huelen a bebés, a escolares, a comida rápida, a ancianidad resignada.
(Hace señas. Es una mujer encorvada, con muchos años. Huele mal. De días sin agua ni jabón. Se toma del brazo que la ayuda a cruzar. Quiere ir al banco a cobrar. Pregunta qué día es. No está segura si la fecha es la que le corresponde. Trata de explicar. Parece que cobra una pensión por vejez. Sigue su marcha por las veredas. Va a un banco que para sus piernas es la eternidad. ¿De dónde viene? Seguramente está sola. La mañana pierde candor)
Como en toda ciudad hay supermercados, despensas- con el olor indefinido de las heterogéneas mercaderías que se disponen en los estantes- fragantes panaderías, tiendas donde se exhibe ropa de incierta procedencia, sin gracia, al desgano y otras dispuestas con arreglo a diseños pensados según destinatarios o estilo del propietario, éstas emanan casi siempre fragancia a sahumerios: vainilla, chocolate, lavanda, jazmín, canela, violeta…
(- Te queda bárbaro mi amor- dice la chica- mientras mira distraídamente sus propias uñas pintadas de colorado. La otra trata de convencerse apretada en un vestido demasiado chico para su talle)
Kioscos, cibers, bares, comedores, con o sin atractivo. Ordenados según convoquen a los adolescentes, jóvenes, mayores.
A la mañana se huele a café y a medialunas.
(La policía ha parado a los chicos frente al coche patrulla, los revisan a la vista de todos los transeúntes que miran de reojo. Quizás piensan que han hecho algo incorrecto. Son tan chicos. Alguien debería estar transmitiéndoles ideas. No apremios.)
Han prosperado los almacenes naturales con su particular olor a especias, hierbas, granos, semillas, cacao…
A ciertas horas es posible reconocer formas de vida: cocina rápida, salsas cocidas a fuego lento, panes y tortas caseros, cebollas, legumbres que hierven…
(En esta casa se cocina bastante. Hoy huele a carne cocida a fuego fuerte. Al horno. Envuelta en grueso papel de aluminio, con sal, especias, miel y mostaza. Cuando casi está a punto, algo jugosa, se pasa la fuente a la parrilla que está debajo, se abre el papel y la pieza termina de dorarse. Probablemente haya papas asadas: así de simple, peladas, cortadas en trozos grandes y puestas en la bandeja sin aceite. Quedan secas y distintas)
El sur huele a iglesias y a papeles antiguos, uno puede imaginar el aroma de los inciensos, de los jazmines, de los vestidos de seda, pero un aire nuevo recorre la plaza, los tribunales, los museos, las cafeterías…
(Hay un túnel que lleva al río. Está construido de manera precaria. Quizás ha servido para escapar.
Una jovencita de cabello rizado rubio oscuro y piel color bronce claro, avanza llevando un farol. Se aprieta la mantilla sobre los hombros. Hay frío en las paredes húmedas. Brillan los ojos de largas pestañas arqueadas. El corazón late velozmente. Cruza el miedo y el arrojo. Los pasos hacen eco. En la ribera un joven soldado espera lleno de amor)
Isabel Bertero
martes, 12 de abril de 2011
De las ciudades de los sueños: Ralf
Introducción
Mi madre cuenta sueños. Es pródiga en esta materia y tiene una particularidad, comienza su relato expresando: Dice que…Como si se tratara de una historia que alguien le ha contado mientras dormía.
Hemos querido persuadirla, a lo largo de los años, de que debe narrar en primera persona su “nunca jamás” Ya no lo lograremos. Es su territorio simbólico, que comienza en presente, aunque luego transcurre como si lo signara el canónico "Había una vez"
Capítulo
En casa de Norma se celebra una reunión, en cuanto se entra en la casa, desde un portal que se siente gentil, hay una amplia sala; en el centro, una mesa vasta, rectangular, de roble lustroso. Lo que la rodea: sillas, personas, voces, se mueven suavemente, en la opacidad del coro.
Ella sonríe y habla con dulzura, mientras estimula el encuentro. Están allí sus hermanas, amigas, compañeras.
Apenas conversamos, pero hay una atmósfera de memoria comunicada, de gestos que vienen de lejos, de conocimiento.
Me dice:
-Tengo unas fotografías para vos-.
Parecen daguerrotipos que se deslizan, como naipes en una superficie tersa.
En el foro se perfila una escalera de parque antiguo, que es como el límite de la escena.
En la última de las fotos lo lleva alguien en una silla de ruedas, pero no una silla de las que se usan por discapacidad, sólo una silla, como si fuera un artefacto usual y cómodo.
En la instantánea, está ya al pie de la escalera. Se da vuelta y levanta la mano en un saludo, la sonrisa es más amplia que al principio. Contenta.
Epílogo
Los sueños construyen ciudades. En las ciudades de los sueños es posible recuperar el tiempo y el espacio. Y es posible recrearlos.
En las ciudades de los sueños es posible pensar universos que acontecen en una dimensión fronteriza.
Grabado: Monocopia. De: Lía Demichelis
Mi madre cuenta sueños. Es pródiga en esta materia y tiene una particularidad, comienza su relato expresando: Dice que…Como si se tratara de una historia que alguien le ha contado mientras dormía.
Hemos querido persuadirla, a lo largo de los años, de que debe narrar en primera persona su “nunca jamás” Ya no lo lograremos. Es su territorio simbólico, que comienza en presente, aunque luego transcurre como si lo signara el canónico "Había una vez"
Capítulo
En casa de Norma se celebra una reunión, en cuanto se entra en la casa, desde un portal que se siente gentil, hay una amplia sala; en el centro, una mesa vasta, rectangular, de roble lustroso. Lo que la rodea: sillas, personas, voces, se mueven suavemente, en la opacidad del coro.
Ella sonríe y habla con dulzura, mientras estimula el encuentro. Están allí sus hermanas, amigas, compañeras.
Apenas conversamos, pero hay una atmósfera de memoria comunicada, de gestos que vienen de lejos, de conocimiento.
Me dice:
-Tengo unas fotografías para vos-.
Parecen daguerrotipos que se deslizan, como naipes en una superficie tersa.
Como casi siempre, viste un saco, pero éste se parece a los de las imágenes de cazadores ingleses.
Es de un color pardo agrisado. Extraño, porque mi padre jamás fue cazador.
Nos contaba de su arrepentimiento por haber perseguido pajaritos, con su gomera, allá en Felicia, en el campo.
No sé por qué pensé en Ralf, cooperador de escuela, secretario de actas, cubriendo las páginas foliadas de un libro de tapas oscuras con su hermosa letra caligráfica, extendida, y su rúbrica galana.En el foro se perfila una escalera de parque antiguo, que es como el límite de la escena.
En la última de las fotos lo lleva alguien en una silla de ruedas, pero no una silla de las que se usan por discapacidad, sólo una silla, como si fuera un artefacto usual y cómodo.
En la instantánea, está ya al pie de la escalera. Se da vuelta y levanta la mano en un saludo, la sonrisa es más amplia que al principio. Contenta.
Epílogo
Los sueños construyen ciudades. En las ciudades de los sueños es posible recuperar el tiempo y el espacio. Y es posible recrearlos.
En las ciudades de los sueños es posible pensar universos que acontecen en una dimensión fronteriza.
En las ciudades de los sueños las esencias hallan refugio.
Grabado: Monocopia. De: Lía Demichelis
jueves, 7 de abril de 2011
Te regalo
Trébol de cuatro hojas
Cuatro signos convoca:
Lleva un aliento verde
Para el amor
Clorofila que fluye
Al corazón
Otra hojuela brillante
Trae esperanza
Para mitigar
Cuitas
En acechanza
Foliolito lustroso
Regala fe
Que comprende virtuosa
Lo que no ve
El último fragmento
Prescribe suerte
En probabilidades
Señas celestes
Talismán de regalo
Superstición
Un guiño
Que acobarde
La desazón
isabel bertero
viernes, 1 de abril de 2011
Moretones
El aula era un lugar limpio. Limpias las paredes, los bancos, los pisos, las voces. Vidrios tan limpios que se podía mirar hacia las galerías y más allá hasta el patio-el afuera-, aunque el verdadero afuera estaba vedado para las niñas responsables.
Creer en Jesús, en la Virgen, en íconos e imágenes era ancestral, incuestionable, profundo.
Cuando teníamos tiempo, antes del horario escolar, íbamos a la Basílica o la capilla de la escuela, para pedir a los poderes omnipresentes que todo saliera según las expectativas de nuestros padres, la autoexigencia, la competencia, lo satisfactorio.
Los hermosos ojos de las estatuas miraban desde la distancia, indiferentes pero amorosos, con una ternura antigua y desolada: "yo he sufrido, lo tuyo es insuficiente”, grave reconvención para la centralidad adolescente. Tal vez, para otras niñas no sería tan duro, pero sí para mí, que tenía a un Jesús cuidándome en el respaldo de la cama, a otro Jesús presidiendo el comedor, la obligación de ir a misa los domingos, las mantillas respetuosas, el confesionario.
La monja Amanda era gorda y de cara rojiza, enseñaba Botánica, Zoología y Anatomía. Mejor dicho hacía estudiar de memoria lecciones de libros cuyos fundas o tapas aún hoy puedo evocar, así como los caracteres de las letras, y los dibujos. Obviamente nada más que eso; ni siquiera los autores, aunque por generaciones se repetían los mismos.
Había una chica que gozaba de mala fama, no recuerdo por qué, ni siquiera me acuerdo del nombre, pero sé que se hacía peinados altos y tal vez se pintaba los ojos, dato que puedo haber almacenado porque probablemente alguna vez la hayan mandado a lavarse la cara. A lo mejor tampoco obtenía buenas notas, no se le daría bien ese ejercicio de recitar lecciones de memoria o llenar páginas reproduciendo contenidos de libros, quizás había sido incapaz de torturarse las horas cuando llegaban los exámenes – trimestrales o cuatrimestrales- y era necesario saberse todo lo estudiado en el período.
De otra, sí me acuerdo el nombre, La Mary, porque era de mi barrio y además repetidora, más de un año porque había sido compañera de mi hermana que es dos años mayor que yo.
Todas las profesoras- no todas eran monjas-, tenían una libreta. Me acuerdo particularmente que la de la profe de Física era colorada. Ahora creo que debe haber sido la que miré con más terror, porque estudiar Física de memoria, no es nada fácil. Las libretas obviamente cumplían el rol de almacenar las listas de alumnas de los distintos cursos con las correspondientes señales que caracterizaban la idoneidad escolar. Yo tenía una compañera cuyo apellido comenzaba con tres letras iguales al mío. Era cariñosa y divertida, siempre me decía que cuando alguien abría una de las temidas libretas y emitía esos tres primeros sonidos, temblaba de espanto, y si la destinataria era yo, se sentía aliviada porque era raro que se continuara alfabéticamente con la lista. El azar servía mejor a los fines propuestos.
Esa chica murió muy jovencita, espero los ángeles le hayan contado al oído todos los secretos que los demás tuvimos que aprender a golpes de vida y su risa esté alegrando a los santos tristes que tan indiferentes permanecieron a pesar de todos los ángelus y plegarias.
Un día entró la monja Amanda y se sentó tras el escritorio, creo que le colgaban las piernas gordas porque se le veían los pies con zapatos negros acordonados. Se acomodó la toca, abrió la libretita y le correspondió pasar a esa alumna de mala fama cuyo nombre no me acuerdo.
Ella se paró frente al pizarrón, vacilante; muy pronto empezó el azote de preguntas, la voz de la autoridad cada vez más enojada, con mayor desprecio, con más sorna, hasta que la chica no aguantó más y ahí se cayó, desmañada como una plantita en la tormenta.
Después sólo sé que la hermana, empezó a gritarle más, que se parara, que dejara de hacer comedia, y pidió un balde de agua. Yo creo que le hubiera tirado un balde de agua, pero me parece que simúltaneo la víctima logró ponerse de pie, y La Mary, que se sentaba cerca mío, fue la única que corrió para ayudarla, mientras enfrentaba a la poco conmiserativa maestra.
Al día siguiente, mi compañera, la del infortunio, fue a la escuela. Sobre la cara pálida y en consonancia con el pelo oscuro, algo deslucido, le había aparecido un morado y negro sobre el ojo y otro moretón más en la frente.
No creo que le hayamos preguntado nada, seguro que tuvimos que elegir entre creer al deber, al poder, a la novia de Jesús o la niña estropeada- tan sólo una discípula que había roto el orden acostumbrado de la vida colegial-. Pero lo más vívido para mí, es que le empecé a escapar a su presencia si no había otros en el aula, quizás tenía aprensión de que le diera otra vez por desmayarse o quizás me parecía la encarnación de un poder maléfico que vaya a saber cómo había logrado colarse en la pureza de la vida. Aunque lo más seguro es que la actitud fuera una proyección de los miedos verdaderos que me habitaban.
Lo que sí tengo claro es que La Mary pasó a ser mi heroína, la chica que yo hubiera querido ser.
Hoy todavía lo es. En las improntas que dejan los recuerdos.
Isabel Bertero
Creer en Jesús, en la Virgen, en íconos e imágenes era ancestral, incuestionable, profundo.
Cuando teníamos tiempo, antes del horario escolar, íbamos a la Basílica o la capilla de la escuela, para pedir a los poderes omnipresentes que todo saliera según las expectativas de nuestros padres, la autoexigencia, la competencia, lo satisfactorio.
Los hermosos ojos de las estatuas miraban desde la distancia, indiferentes pero amorosos, con una ternura antigua y desolada: "yo he sufrido, lo tuyo es insuficiente”, grave reconvención para la centralidad adolescente. Tal vez, para otras niñas no sería tan duro, pero sí para mí, que tenía a un Jesús cuidándome en el respaldo de la cama, a otro Jesús presidiendo el comedor, la obligación de ir a misa los domingos, las mantillas respetuosas, el confesionario.
La monja Amanda era gorda y de cara rojiza, enseñaba Botánica, Zoología y Anatomía. Mejor dicho hacía estudiar de memoria lecciones de libros cuyos fundas o tapas aún hoy puedo evocar, así como los caracteres de las letras, y los dibujos. Obviamente nada más que eso; ni siquiera los autores, aunque por generaciones se repetían los mismos.
Había una chica que gozaba de mala fama, no recuerdo por qué, ni siquiera me acuerdo del nombre, pero sé que se hacía peinados altos y tal vez se pintaba los ojos, dato que puedo haber almacenado porque probablemente alguna vez la hayan mandado a lavarse la cara. A lo mejor tampoco obtenía buenas notas, no se le daría bien ese ejercicio de recitar lecciones de memoria o llenar páginas reproduciendo contenidos de libros, quizás había sido incapaz de torturarse las horas cuando llegaban los exámenes – trimestrales o cuatrimestrales- y era necesario saberse todo lo estudiado en el período.
De otra, sí me acuerdo el nombre, La Mary, porque era de mi barrio y además repetidora, más de un año porque había sido compañera de mi hermana que es dos años mayor que yo.
Todas las profesoras- no todas eran monjas-, tenían una libreta. Me acuerdo particularmente que la de la profe de Física era colorada. Ahora creo que debe haber sido la que miré con más terror, porque estudiar Física de memoria, no es nada fácil. Las libretas obviamente cumplían el rol de almacenar las listas de alumnas de los distintos cursos con las correspondientes señales que caracterizaban la idoneidad escolar. Yo tenía una compañera cuyo apellido comenzaba con tres letras iguales al mío. Era cariñosa y divertida, siempre me decía que cuando alguien abría una de las temidas libretas y emitía esos tres primeros sonidos, temblaba de espanto, y si la destinataria era yo, se sentía aliviada porque era raro que se continuara alfabéticamente con la lista. El azar servía mejor a los fines propuestos.
Esa chica murió muy jovencita, espero los ángeles le hayan contado al oído todos los secretos que los demás tuvimos que aprender a golpes de vida y su risa esté alegrando a los santos tristes que tan indiferentes permanecieron a pesar de todos los ángelus y plegarias.
Un día entró la monja Amanda y se sentó tras el escritorio, creo que le colgaban las piernas gordas porque se le veían los pies con zapatos negros acordonados. Se acomodó la toca, abrió la libretita y le correspondió pasar a esa alumna de mala fama cuyo nombre no me acuerdo.
Ella se paró frente al pizarrón, vacilante; muy pronto empezó el azote de preguntas, la voz de la autoridad cada vez más enojada, con mayor desprecio, con más sorna, hasta que la chica no aguantó más y ahí se cayó, desmañada como una plantita en la tormenta.
Después sólo sé que la hermana, empezó a gritarle más, que se parara, que dejara de hacer comedia, y pidió un balde de agua. Yo creo que le hubiera tirado un balde de agua, pero me parece que simúltaneo la víctima logró ponerse de pie, y La Mary, que se sentaba cerca mío, fue la única que corrió para ayudarla, mientras enfrentaba a la poco conmiserativa maestra.
Al día siguiente, mi compañera, la del infortunio, fue a la escuela. Sobre la cara pálida y en consonancia con el pelo oscuro, algo deslucido, le había aparecido un morado y negro sobre el ojo y otro moretón más en la frente.
No creo que le hayamos preguntado nada, seguro que tuvimos que elegir entre creer al deber, al poder, a la novia de Jesús o la niña estropeada- tan sólo una discípula que había roto el orden acostumbrado de la vida colegial-. Pero lo más vívido para mí, es que le empecé a escapar a su presencia si no había otros en el aula, quizás tenía aprensión de que le diera otra vez por desmayarse o quizás me parecía la encarnación de un poder maléfico que vaya a saber cómo había logrado colarse en la pureza de la vida. Aunque lo más seguro es que la actitud fuera una proyección de los miedos verdaderos que me habitaban.
Lo que sí tengo claro es que La Mary pasó a ser mi heroína, la chica que yo hubiera querido ser.
Hoy todavía lo es. En las improntas que dejan los recuerdos.
Isabel Bertero
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En el patio de la escuela: Beatriz, Norma, Isa, Norma , Nellys |
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