El tío pasaba. Era nomás el hombre de la esquina. Descuidado, con andar vacilante. Pertenecía al patrimonio de los secretos del barrio, más allá del tapialito de la casa y la puerta alambrada.
Seguramente, los hombres que lo acompañaban en la mesa del bar, sabrían más. Pasado, dichas, penas o tal vez sólo se comunicaban soledad. Los demás lo veían por ahí, con el rostro ajeno, como cuero que cierra la piel, para que adentro no se vea.
Algunos, después, han construido relatos, son míticos como los de todo personaje que los barrios elaboran para alimentar explicaciones nunca dadas, necesarias para rellenar cada hueco impreciso.
Dicen que tenía un trabajo en la construcción. Era técnico a cargo de obras que algo tenían que ver con el estado.
Por ese entonces, vestía bien, tenía un vehículo, con el que iba y venía, estaba muy unido a Julia - justamente los chicos lo llamaban tío, porque era el tío de ella; vivía en su casa -.
Cuando llegaba el circo, él la llevaba a ver el espectáculo o salían a pasear al centro comercial. Sus ocupaciones eran importantes. El resto de la familia lo mencionaba con esa especie de orgullo propio de algunas personas, para quienes el mínimo indicio de prosperidad permite aparentar cierta relevancia social.
Un día le asignaron el control de la construcción de un puente, sobre un riacho. No era un puente de gran envergadura, pero parece que necesario, para evitar el aislamiento de gente que se había ido afincando hasta formar una pequeña población.
Se cuenta que aunque él trabajó de manera responsable, hubo una malversación de fondos con relación a los materiales, y a pesar de que reclamó y discutió para que salieran bien las cosas, la obra terminó construyéndose con escasa solidez.
A poco, empezó a deteriorarse hasta que se vino abajo.
Hubo una investigación, pero los responsables quedaron ocultos y la culpa la pagó el tío, que se quedó sin trabajo, viviendo a expensas de la familia de Julia.
Con el tiempo consiguió pequeñas changas, una pensión, pero ya no tenía auto, ni sobrinos para llevar al circo, ni familia que se enorgulleciera.
El tío empezó a compartir demasiadas botellas, y andaba por las calles, cada vez más desharrapado, ensimismado; los adultos murmuraban sin prejuicios de su afición a la bebida. Todo a puertas cerradas o en charlas de vereda. ¿Quién iba a inmiscuirse de manera directa? Cada familia con sus penas y sus claroscuros.
La del tío vivía en la esquina, casi en la esquina. Justo lindando los terrenos excavados para vaya a saber qué fines, que se usaban para jugar, zona con zanjones, espacios verdes, yuyos a veces altos, a veces emprolijados.
Había llovido de manera intermitente durante varios días, esas lluvias de invierno que enlodan las calles no asfaltadas, que vuelven la noches más oscuras y los días más mezquinos.
Esa mañana, la noticia sacudió a todos. Había desaparecido el tío. La policía lo debe haber buscado con cierto esmero, porque no era cosa habitual. Sin embargo pasaron dos o tres días antes de que se supiera la verdad.
El tío había ido a un boliche, cruzando por el paraje de los hoyos, o las cavas, que así las llamaban. En ciertos lugares se habían hecho pasos con troncos, para sortear los charcos que se formaban. En días agradables se podía ir a cazar ranas o juntar caracoles.
Parece que al regresar en noche cerrada, había resbalado de un puentecito de troncos y caído. Encontraron su cuerpo, tendido en un foso no muy profundo enredado entre las zarzas. Seguramente había muerto de frío, porque comentaron que el agua no daba para ahogarlo. Quizás- decían- volvía con unas copas de más.
Todo parecía común y corriente. Un accidente en una vida opaca. Salvo la impresión del primer muerto en la zona, de manera incierta, oscura.
Hubo velorio, en la casa, como se estilaba.
Al principio y con cierta morbosidad muchos fueron al lugar donde se había encontrado al hombre muerto. Después empezó el rumor.
La vecina Elisa, dijo que un día cruzaba el sitio y escuchó la voz del tío que decía:
-Fue el castigo, por el puente que ayudé a construir mal.
De ahí en más muchos declararon haberlo visto, en medio de la bruma que se levanta de la humedad de la cava, tratando de apuntalar el puentecito de troncos.
Sus colegas de copas- mientras vivieron- no se atrevieron jamás a cruzar esos terrenos. Los chicos sólo de día y en patota.
Isabel Bertero
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Muchas vidas. Óleo de Cris Acqua |